Lo reconozco: cuando intento comprender en qué punto está el conflicto por los derechos del fútbol, por la reforma del estatuto y por la elección del nuevo presidente de AFA, corro con una ventaja. Una condición que me abriga y me protege: nada de lo que ocurre en el fútbol argentino me quita el sueño. Y entonces, asisto a algunos episodios despojado de preocupación. Escucho a Daniel Ferreiro, vicepresidente de Nueva Chicago y referente del Ascenso, repetir una y otra vez que “No habrá fútbol este semestre”. Lo dice como si se tratara de una premonición funesta, algo que debería movilizar a la sociedad y el Estado para impedirlo. Me pregunto: ¿Y si no hay fútbol de Ascenso, qué? ¿Cuál es el problema? Incluso más: ¿qué pasa si no hay fútbol de primera?
Vayamos más allá aún y ubiquémonos en las antípodas del pensamiento de Ferreiro. Otra idea que suele escuchar seguido -también con evidente aprensión- es: “¿Será posible que Chiqui Tapia llegue a ser presidente de AFA?” Como si se tratara de un hombre indigno de semejante ¿honor?. Y en eso, también me propongo pensar igual. Y si lo eligen, ¿cuál es el problema? En todo caso, será el representante que el fútbol argentino cree merecer. Y en ese punto, si lo pienso un poco, sinceramente estoy de acuerdo. Lo merece.
Necesito ordenar algunas ideas. ¿Pienso que es realmente posible que no haya fútbol? No, a nadie le conviene. Ni a los dirigentes -cualquiera sea el grupo que integren-, ni al Gobierno. Pero desde hace mucho tiempo estoy convencido de que le haría muy bien al fútbol argentino incluir, entre todas las hipótesis posibles de salida frente a la crisis que vive, la de su desaparición. Sería bueno para todos, al menos, pensarlo.
Porque si así fuera, podríamos pensar si es justo para la sociedad civil que se destinen decenas de miles de policías todos los fines de semana a custodiar los partidos (a los que ya ni siquiera pueden asistir los visitantes) cuando es evidente que todos esos agentes serían más útiles custodiando las calles donde vive la gente. Y también sería interesante cuestionar si corresponde que cada partido de fútbol implique el corte de calles durante horas, los vecinos muchas veces sitiados en sus casas, el descomunal negocio de los trapitos.
Y si realmente pensáramos que, entre todas las soluciones posibles, una es que no se juegue más, no veríamos como una opción aceptable que el Estado destine miles y miles de millones de pesos a financiar la televisación de los partidos. Llamativamente, después de que Macri insistiera con su “firme” decisión de retirarse del Fútbol para Todos, esta semana algunos de sus funcionarios volvieron a la mesa de negociaciones para llegar a un acuerdo. ¿Por qué lo hacen si el Estado ya no tiene nada que ver? ¿Desde qué lugar interviene el gobierno en este tema? Me impresiona que el fútbol siga siendo un tema de Estado, aun cuando ya no ponga dinero en él.
Pero el fútbol se permite todo porque sabe que no es posible su desaparición. Y se ha transformado en un monstruo hambriento que devora recursos de todos. Incluso, la idea de que “estamos desfinanciados” que plantea Ferreiro como justificación de todo, es discutible. Su club, como tantos otros, depende casi exclusivamente de la televisión. Pero el Ascenso ocupa un lugar menos que secundario en las transmisiones y está muy lejos de generar, como negocio televisivo, los recursos que sus dirigentes demandan. ¿No sería, entonces, más lógico que ellos piensen cómo resolver este problema en lugar de que nos impongan a todos que sea un tema de agenda nacional?