La primera vez me tomó desprevenido. Lo escuché, y no tuve demasiada energía para refutarlo, quizá dominado por una mezcla de sorpresa y estupor. Pero en las horas siguientes, cuando la derrota con Brasil todavía estaba caliente en el aire, me encontré varias veces más con reflexiones parecidas: “Lo mejor que nos puede pasar es quedarnos afuera del Mundial”. Confieso que sigo sin poder creerlo.
En realidad, ya hace una semana me había encontrado con esta idea. La planteó Claudio Borghi en una entrevista con Clarín: “En estas condiciones, con el fútbol que no arranca, con dirigentes presos por corrupción, sin presidente en la AFA, para Argentina sería bueno no ir al Mundial y empezar de nuevo. Después, arrancaría bien, como corresponde”.
En términos generales, y en cosas más importantes que el fútbol, siempre me opuse a los argumentos basados en la idea de que “cuanto peor, mejor”. Pero en este caso, analizo la situación y me cuesta entender cómo se aplica. ¿Quién garantiza que el fútbol argentino va a comprender que necesita una refundación si la Selección se queda afuera del Mundial? ¿Quiénes liderarían esa transformación? ¿Alguien puede creer que ese mazazo arrojaría un baño de racionalidad sobre el desquiciado fútbol argentino? Yo, sinceramente, no.
Pero no se trata, solamente, de una cuestión de fe. Hay antecedentes que demuestran que el fútbol argentino es inmune e indiferente a todo. Veamos. En poco más de treinta años se produjeron más de 300 muertes por la violencia en las canchas. ¿Alguien reaccionó? ¿Los dirigentes comprendieron que utilizar a las barras los convertía finalmente en rehenes de ellas? ¿Se decidieron a trabajar con el poder político para terminar con el problema? Nada de eso ocurrió. Y estamos hablando de cientos de vidas perdidas.
Pero pensemos en ejemplos más ligados al juego. ¿Se refundó River cuando descendió? No. En realidad, no cambió nada: Daniel Passarela siguió mandando sin siquiera poder ir a la cancha. Y el cambio llegó recién con el final de su mandato. ¿Lo hizo Independiente frente al descenso? ¿Se unieron todos los socios y los dirigentes para armar un plan de refundación? Tampoco.
Detrás de la idea de que “merecemos no ir al Mundial” aparece el argumento del castigo: la supuesta premisa de que en realidad, este plantel no lo merece. ¿Quiénes no lo merecen? ¿Los que están y seguramente ya no estarán en marzo? ¿Cuál es el sentido? ¿Tenemos que quedarnos sin Mundial para castigar al Pipa Higuaín, por ejemplo? El planteo, descabellado de por sí, incluye además una incoherencia interna: si los que plantean esto están convencidos de que los jugadores no quieren jugar en la Selección argentina, ¿por qué creen entonces que quedarse sin Mundial podría afectarlos?
Yo estoy convencido de que no es un problema de ganas. Esta generación -un poco por defectos propios y otro poco por la mala fortuna de algunos resultados adversos no del todo justos- se encuentra en el final de su recorrido. Pero creer que el fútbol argentino debe autoflagelarse quedándose afuera de Rusia 2018 para poder hacer el recambio que necesita es un absurdo.
Porque el daño de ver el Mundial por televisión dificultará el recambio y lo postergará, en lugar de facilitarlo. Y porque los verdaderos problemas del fútbol argentino no pasan por esta generación de futbolistas que seguramente no logró todo lo que se esperaba de ella.
El fútbol argentino no necesita quedarse afuera del Mundial para transformarse. La oportunidad para una verdadera refundación, para un cambio profundo y racional, ya fue desaprovechada. Se produjo con el vacío que dejó la muerte de Julio Grondona. En ese momento, los dirigentes podrían haberse propuesto repensar al fútbol argentino desde el debate, el consenso y la participación de todos. Y eligieron reproducir los vicios de siempre.
