Por Diego Ruscitti.
El diez de la Selección siempre estuvo con cuatro jugadores encima. Era obvio que ese tipo de marca escalonada iba a estar sobre él. A Chile le funcionó en la Copa América anterior, y pensó lo mismo para apagar las luces del mejor jugador del mundo. Si la Roja liberaba a Messi sabía que corría grandes riesgos de encontrarse con un resultado en contra en los primeros minutos. Había que apagar al diez y así lo hizo.
Messi corrió, buscó, intentó por todos los medios pero todo sólo, sin compañía. Nadie le hizo la segunda. Di María evidentemente no estaba para jugar la final, Banega (el socio ideal de Lío) caminó la cancha el primer tiempo y mejoró en el segundo pero su lentitud no benefició a la Selección y menos a Messi. Biglia fue una sombra del que conocemos. Masche, de buen partido, ante la expulsión de Rojo tuvo que ceder el medio y armarse en el fondo, aclaremos un centro del campo dominado por Arturo Vidal que hizo lo que quiso.
No me quiero detener en otros detalles y vuelvo a Messi. Nadie lo acompañó y por ende no lo entendieron. Esto es un equipo, vale mucho lo colectivo pero todo gira en torno al mejor del planeta. No tuvo socios, lo dejaron sólo y que se las arregle como pueda. Los cambios tardaron en llegar, el equipo necesitaba piernas frescas antes con una pulga que seguía intentando pero con las mismas condiciones de toda la noche, en absoluta soledad y así no se puede.
Fue una decepción para todos pero para Lío más. Necesitaba este título y terminar con esa maldita racha negativa. Acá voy a su intimidad, a su anhelo y a su amor por la camiseta de la Selección. Vino toda su familia a la final, pensó que esta no se escapaba pero no lo entendieron y lo peor, lo dejaron sólo.
