Cuando quiere. Como quiere. A su entero gusto y completa voluntad. Así juega y domina Argentina a sus rivales en esta Copa América Centenario, que en cuartos de final despachó 4-1 a Venezuela para meterse en semifinales.
Acelera cuando quiere y lastima. Domina con posesión de pelota y lastima. Defiende bien en su peor momento y lastima la psiquis. Es sólido atrás (más allá de algún sobresalto al final del primer tiempo y del descuento de cabeza), es impasable en el medio, presiona para forzar el error adversario, es preciso con la pelota en los pies. Sus individualidades aparecen cuando tienen que hacerlo (Romero atajando un penal, Otamendi en la firmeza defensiva, Banega en la conducción, Higuaín en los goles).
Y todavía no dijimos nada de Messi, que es goleador del torneo, máximo anotador de la Selección junto con el eterno Gabriel Batistuta, imán de todas las pelotas y miradas y el ilusionista más grande del equipo, que sueña una vez más con sacarse esa espina de 23 años.
Los dos goles del Pipita en el primer tiempo fueron dos piñas a la esperanza de la Vinotinto. Una por virtud argentina y otra por error venezolano, pero aprovechadas ambas muy bien por un goleador que estaba en sequía. La Selección no la pasó bien sobre el final de esa etapa, con un tiro en el palo y un penal en contra, que Chiquito tapó sin moverse.
La segunda parte fue más de desgaste mental del rival que físico. Aunque el equipo hizo tres goles. Porque le movió la pelota a Venezuela, aceleró una e hizo lenta la otra. Y en una genial pared con Gaitán, Messi entró otra vez en la historia. El descuento de Rondón y el cuarto -de Lamela- fueron uno atrás del otro, pero fueron para decorar el resultado y darle un cierre al partido, que puso a Argentina en semifinales del torneo, donde se medirá con Estados Unidos el martes, en Houston. Y va por más.
