Por Santiago Alonso.
Nunca tuve ídolos. O por lo menos nunca quise tener los que la sociedad me ofrecía. La necesidad de creer en alguien muchas veces nos lleva a idolatrar a cualquier persona que toque dos acordes, que aparezca en una pantalla de TV o que cuente dos chistes que nos hagan reír. Nunca estuve de acuerdo con eso. La idolatría no se genera de un día para el otro: se construye a largo de una carrera o de una vida.
Diego Milito es eso. Un heroe futbolístico que creció en las ruinas de Racing y que a lo largo del tiempo lo hizo resurgir de las cenizas. O por lo menos del anonimato en el que había estado durante 35 años. Debutó en 1999 durante una profunda crisis institucional. Sin embargo siempre supo lo que quiso: "Yo amo a Racing. Muchísimo. Los hinchas son una cosa increíble y lo más grande que hay. Me encanta jugar acá por más problemas que tengamos". Ya empezaba a marcar el camino a pesar de tener sólo 20 años.
En el 2001 las cosas empezaron a cambiar. En la primer parte del año, el equipo se salvó del descenso. Y en el segundo semestre, uno de los momentos más tristes para todo el pueblo argentino, fue felicidad para todos los hinchas de La Academia. El 27 de diciembre se consagró campeón, integrando aquel inolvidable equipo de Mostaza Merlo. Nada más ni nada menos que después de 35 años. A partir de ese momento se transformó en el chico mimado del club y de los hinchas.
Emigró de Avellaneda al Genova en el año 2004, dónde fue amado y aclamado. Después pasó al Zaragoza donde compartió plantel junto a su hermano Gabriel, el Cabezón D'Alessandro y Leo Ponzio. Ya en 2008 y luego de otro paso triunfal por Genoa, le llegó la oportunidad de su vida: un pase al Inter de Milan.
Allí fue figura y cumplió el sueño de ganar la Champions League dónde convirtió dos goles memorables en la final contra el Bayern Munich. Fue la figura del partido y se consagró en lo más alto del fútbol mundial. Aquel equipo de Mourinho venía de dejar eliminado en semifinales al poderoso Barcelona de Messi y Pep Guardiola.
En su impresionante carrera convirtió mas de 250 goles y ganó títulos por doquier. Lo más fanáticos pedían titularidad en la selección argentina, donde tenía grandes competidores como el Pipa Higuaín, Martín Palermo y el conejito Saviola. Ni Maradona, ni Bielsa lo consideraron titular. Nunca tuvo oportunidad.
Su amor por Racing lo hizo volver. Quizas un poco tarde de acuerdo a lo que él hubiese querido. Una rotura en los ligamentos cruzados retrasó casi dos años su regreso. No podía irse del Inter en el anonimato. Quería irse a lo grande. A mediados de 2014 llegó a Avellaneda para empezar a consagrarse. Sin saber, empezó a construir un grupo humano fenomenal que desde la mística, la amistad y el juego se consagró campeón después de trece años. La última vez que Racing había ganado un toneo había sido con él. Ahora sí era dueño del reino académico.
El próximo sábado, y aunque nos cueste pensarlo, será la última función del Principe en el Cilindro. Será vitoreado por los fieles que le tenderán una alfombra de papeles celestes y blancos. Después sólo le restará sentarse en el trono. Ahí donde lo pusieron los hinchas que ya lo consideran rey. Y en mi caso, mi primer ídolo.