Uno de los sponsors de la selección brasileña había basado su campaña publicitaria en Neymar. El aviso era sencillo: se referían a las virtudes del crack. Y machacaban con el coraje. Lo cierto es que Neymar era golpeado, el país se paralizaba frente a su dolor y, de pronto, cuando nadie lo esperaba, el crack se sobreponía y clavaba un tiro libre en el ángulo. Pero esta semana, cuando la realidad superó a la ficción y Neymar no pudo recuperarse de una lesión, debieron cambiar el aviso. Y para hoy prepararon otro: la idea era que el coraje no estaba en un personaje, sino en el pueblo que había detrás. El slogan era contundente: "Salió uno, entran 200 millones".
Evidentemente, no aprendieron la lección. Hace 64 años, Obdulio Varela arengó a sus compañeros uruguayos para que se abstrajeran del ambiente atemorizante que imponían 200 mil espectadores en el Maracaná: "Los de afuera son de palo". Y Brasil, que era mucho más equipo que Uruguay, perdió un partido inolvidable, seguramente la más grande derrota de la historia del fútbol brasileño hasta la de hoy. La diferencia, indudablemente, es que aquel equipo brasileño, era mucho más que su rival. Este, el de este atardecer en Belo Horizonte, no tiene mayores responsabilidades: un abismo lo separa de la selección alemana.
Pero Scolari se creyó el discurso triunfalista y pretendió, con un ataque mediocre formado por tres jugadores del montón como Hulk, Fred y Bernard, lastimar a un equipo que lo superó con una amplitud única para una instancia tan importante de un Mundial. No comprendió a tiempo que el aviso publicitario era simplemente un slogan: que a Neymar no lo podían reemplazar los 200 millones de brasileños. Porque los que juegan son once. Y estos once forman la peor selección brasileña de, por lo menos, los últimos cuarenta años. Y si no fuera por la tristeza de los 200 millones, no estaríamos tan impactados. Porque lo que ocurrió en la cancha sólo expresó la diferencia real que hay entre los dos equipos. Y porque los de afuera, como siempre, siguen sin jugar.