Quizá las continuas imágenes de la tristeza brasileña, las chicas llorando, los nenes desconsolados, terminaron poniendo el foco sobre la inmensa derrota brasileña. Y es lógico: el mundo va a hablar de esto durante mucho tiempo. Y ya nadie lo va a olvidar. Pero en algún momento, cuando la perplejidad nos lo permita, vamos a ver que frente al pobrísimo equipo de Scolari, Alemania fue una máquina deslumbrante, arrolladora y, para qué negarlo, ciertamente atemorizante.
Al fin y al cabo, no debería sorprendernos. Se trata de una generación brillante de jugadores que, hasta aquí, no logró títulos, quizá porque le tocó compartir época con el deslumbrante fútbol español. Schweinsteiger, Khedira, Lahm, Muller, Klose, Kroos… Son muchos, y juegan juntos desde hace tiempo. Han mantenido por segundo Mundial consecutivo al mismo entrenador, Joachim Löw, quien además había sido el asistente de Klinsmann en el anterior. Es decir, el equipo tiene talento, potencia física y, además, responde a un proyecto serio. No olvidemos, además, que prácticamente este mismo equipo alemán le metió cuatro a la selección argentina en Sudáfrica.
Es inevitable pensar en una hipotética final contra ellos. ¿Cómo pararlos? Scolari, contrariamente a lo que se espera siempre de él, salió a buscar el partido en los primeros minutos. La respuesta fue contundente: a los treinta minutos del primer tiempo ya perdía 5-0. Se hace evidente que regalarles terreno a estos jugadores es un planteo suicida. Pero también hay que pensar que Argelia, con un planteo cauto y prolijo, los complicó. De todos modos, está claro que son el mejor equipo del Mundial. ¿Habrán dado lo mejor antes del momento decisivo? No parece. La clave será tomar nota y trabajar. Porque Brasil, sin quererlo, nos hizo un gran favor: nos advirtió que los de Löw son una máquina.
