La victoria frente a Nigeria dejó a la Selección con puntaje ideal y una clasificación cómoda. Era, al fin y al cabo, lo que esperábamos desde que en diciembre supimos que al equipo de Sabella lo esperaba una zona cómoda. En ese sentido, este partido con Nigeria no trajo mayores novedades. Y lo cierto es que no es el único aspecto en el que no hubo motivos para la sorpresa. En el rendimiento, Argentina volvió a ser lo que esperábamos: mucho Messi y una defensa preocupante.
Comencemos por lo mejor: la Selección, de la mitad de la cancha hacia adelante, no sólo contó con un Messi que sigue siendo imparable. Además, le sumó dinámica y cambio de ritmo. A pesar de que Higuaín continuó con la costumbre de tirarse demasiado atrás, Argentina transitó con mayor velocidad la mitad de la cancha y llegó hasta el área nigeriana con más gente y más ideas. Y mucho más cuando se sumó Lavezzi, que aportó más cambio de ritmo que un estático Agüero, jaqueado por sus problemas físicos. El resto, claro, lo aporta Messi, autor de cuatro goles en el Mundial y figura ya del torneo. Con él encendido, la ilusión no tiene techo.
En defensa, en cambio, también hubo confirmaciones. Pero, en este caso, negativas. Llegamos a Brasil preocupados por la falta de coordinación entre Garay y Fernández, y los delanteros nigerianos –limitados, pero veloces- pusieron de manifiesto estas dificultades. Y por los laterales, Argentina no ofrece garantías. Cuesta imaginar cómo se puede trabajar sobre esto, cuando Sabella viene insistiendo hace dos años con la misma formación –un incuestionable acierto del técnico, que siempre se ha mostrado consecuente con sus ideas- y los resultados siguen siendo escasos. Con mucho poder de fuego en ataque y dudas en defensa, habrá que seguir apostando a que en esa pelea de golpe por golpe, Argentina siga haciendo diferencias. Es una opción riesgosa, por supuesto. Pero con Messi tiene, desde ya, más golpe de nocaut que ningún otro.
