El estadio Malvinas Argentinas se estremeció, la victoria estaba al alcance de las manos. Impensado para muchos, no para los jugadores de Los Pumas, que luego de la paliza que sufrieron la semana pasada ante los Springboks (73-13, en Johannesburgo) recuperaron la confianza, el coraje y, sobre todo, cambiaron una pálida imagen, impropia del estilo del equipo, que siempre se caracterizó por lo opuesto. Por eso, quedará para el recuerdo el aplauso de pie que brindaron los 20.000 asistentes cuando Morne Steyn se disponía a patear el último penal y ya los argentinos habían perdido las esperanzas.
Y estuvieron cerca porque se fueron a los vestuarios 17-13 arriba, debido a los tries convertidos por Leguizamón y Bosch. Para los sudafricanos, había apoyado Bassón, luego de una pelotada que Contepomi perdió cuando intentaba salir con el pie. Por lo demás, hubo buena disciplina en los tackles y defensa efectiva desde el maul. Pero Morne Steyn demostró que podría ser vital para los visitantes, con su enorme eficacia con el pie, que los dejaba a tiro, a pesar del buen parcial de Los Pumas.
En la segunda mitad, los sudafricanos salieron dispuestos a quebrar la resistencia albiceleste, pero no les fue sencillo, a pesar de que se adelantaron en el campo de juego. La resistencia se hizo complicada debido a la jerarquía de los Boks, y de algunos fallos polémicos del árbitro neocelandés Steve Walsh. De hecho, en el minuto 72 le dio la posibilidad a Steyn de meter el penal que puso arriba -definitivamente- a los de verde. Luego, los visitantes dominaron con oficio y Steyn cerró el resultado en 22-17.
Volvieron a caer, sí; pero esta vez fue diferente para Los Pumas, que se parecieron más a su historia y que, más allá de masticar bronca por estar cerca de la hazaña, deben sentirse satisfechos. Tienen con qué, sólo falta ajustar algunas piezas.