"Cuando vuelvas a entrar, quiero que no dejes de pegarle a Paret hasta que él caiga sobre tu hombro o el árbitro te frene. ¡Vos seguí pegando hasta que te paren!"
Cerró los ojos. Respiró profundo y contuvo el aire. Y empezó a sacar golpes. Emile Griffith le hizo caso a los gritos de su entrenador, Gil Clancy, antes del séptimo round: nunca dejó de pegar. Su rival, el cubano Benny Paret, no reaccionaba. Las piernas le temblaban, la mente le quedó en blanco y los brazos sólo atinaron a desproteger el cuerpo. El árbitro, Ruby Goldstein, parecía indeciso. Se movía en puntas de pie, con la boca abierta mientras merodeaba la zona de terrible castigo. Sólo se determinó a parar la pelea cuando Paret no mostró ningún indicio de defensa. El boxeador terminó despatarrado sobre una de las esquinas, con el brazo derecho colgado sobre la segunda cuerda. Murió diez días después en un hospital del Bronx.
"Tú eres un maricón". Fue lo que le dijo Paret a Griffith en el pesaje previo a lo que sería la tercera pelea entre ambos, luego de una victoria para cada uno en los últimos dos años, en el mítico Madison Square Garden, el 24 de marzo, de 1962, por el título mundial welter. Griffith lo fue a buscar pero lo separaron rápidamente. Descargó su bronca y su impotencia al otro día.
"Estoy muy orgulloso de ser el campeón mundial welter otra vez. Espero que Paret se sienta bien...", dijo Griffith, segundos después de que terminara la pelea. Su intención jamás fue lastimar a su rival. Cuando se enteró de la seriedad del tema, fue al hospital donde el cubano luchaba por salvar su vida. Pero no lo dejaron ingresar a la habitación. Enfurecidos, la familia y los cercanos a Paret no le perdonaron la paliza indiscriminada. Corrió. Escapó del hospital mientras era insultado por la gente que lo reconocía en la calle. Los días siguientes, recibió todo tipo de mensajes de seguidores de Paret que estaban convencidos que lo había matado intencionalmente.
La situación marcó un antes y un después. ABC, que televisó la trágica pelea, abandonó la transmisión de combates. El resto de las cadenas lo siguieron. El boxeo volvió a estar en la televisión recién ocho años después, en 1970. Goldstein, el árbitro de la pelea que intervino tardíamente, nunca volvió a pisar un ring.
"Nunca fui el mismo boxeador después de eso. Luego de aquella pelea, hacía sólo lo suficiente para ganar. Usaba el jab todo el tiempo, no quería lastimar a mi oponente. Me hubiese retirado, pero no sabía hacer otra cosa además de pelear'', dijo años más tarde.
Griffith, rival de los argentinos Carlos Monzón y Jorge Fernández, jamás pudo esquivar esa noche de terror. Tuvo pesadillas por 40 años. La cara de Paret se le aparecía cada vez que intentaba dormir. La opinión pública lo noqueó para siempre. En 1992, Griffith recibió una paliza que lo dejó al borde de la muerte, luego de salir de un bar gay, en Nueva York. Estuvo cuatro meses en un hospital.
"Me gustan tanto las mujeres como los hombres. Pero no me gusta la palabra homosexual, gay o marica. No sé lo que soy. Amo tanto a los hombres como a las mujeres de la misma manera, aunque, si tuviera que elegir, me inclinaría por las mujeres", dijo en una famosa entrevista a Sports Illustrated. Griffith reconoció que era bisexual muchos años después de la paliza a Baret.
“Maté a un hombre y la mayoría lo entiende y me perdona. Sin embargo, amo a un hombre y para muchos es imperdonable”, dijo Griffith, quien murió hoy, a los 75 años, en Nueva York. Pese a ser un campeón digno, con un extraordinario récord de 85 victorias, 24 derrotas y 2 empates, será recordado como el boxeador bisexual que nunca dejó de pegar. Ni de recibir golpes.
