Para ganar un partido de fútbol, hay que hacer goles. Para hacer goles, hay que patear al arco. Para patear al arco, hay que tener jugadores cerca del área. Para tener jugadores cerca del área, hay que tener ganas de ganar. Nada de eso tuvo el Chelsea, que aún así se consagró campeón de la Champions League tras vencer por penales al Bayern Munich, luego de empatar 1 a 1. El partido tiene sólo una explicación: San Drogba.
Bayern Munich tuvo ganas de ganarlo. Se impuso por vocación ofensiva y peso en el ataque, pero nunca logró desnivelar del todo. Le faltó claridad, con sus dos armas ofensivas, Robben y Ribery, totalmente apagados. Casi no hubo situaciones de gol en la primera parte, excepto algún remate desde afuera del área o una aproximación tibia.
En el complemento, las cosas no cambiaron. Bayern, con más ganas que fútbol, lo fue a buscar. Mario Gómez falló en varias situaciones El equipo de Di Matteo dio una imagen poco digna de un finalista de Champions League. Se defendió, no tuvo pretensiones ni ambiciones. Ni siquiera mostró un circuito de juego como para acercarse al área. Cuando faltaban ocho minutos, Müller, de cabeza, puso el 1 a 0 para el equipo alemán. Estaba todo dado para la fiesta del Bayern, hasta que apareció Drogba. El marfileño metió un tremendo cabezazo para poner el 1 a 1 e ir al alargue.
En el alargue, el dramatismo. Arjen Robben falló un penal ante Cech, que eligió bien el lugar y se convirtió en el gran héroe. El equipo alemán quedó noqueado, sin reacción ante dos golpes durísimos (el gol de Drogba cuando faltaban dos minutos y el penal fallado por Robben).
Daba la sensación de que los milagros ocurren una sola vez. Pero no. El primer milagro fue lo que pasó en el partido de vuelta de semifinales entre Barcelona y Chelsea, cuando el equipo inglés se colgó del arco y le sacó el pasaje a la final al Barcelona. Hoy, fue otro milagro, con la participación especial del santo Drogba que, en la definición por penales se vistió de héroe para definir la historia.
