“Que era el partido más fácil, que los coreanos no saben si la pelota es redonda o cuadrada, que no podemos perder contra un rival como ese, que si vas a salir campeón del mundo a un contrario así le tenés que ganar caminando…”. Nadie había visto jugar nunca a la selección de Corea del Sur, rival en el primer partido de la Selección argentina en México 86, pero todos sentenciaban.
Una costumbre típica del futbolero argentino que en más de una ocasión debió tragarse sus palabras en un sorbo de decepción, posiblemente como está ocurriendo tras la derrota ante Arabia Saudita en el Mundial de Qatar 2022.
Pero en México, si bien el resultado fue un claro triunfo por 3-1, los surcoreanos fueron mucho más duros que lo que cualquiera podía imaginar y el secreto de la victoria estuvo en otro lado: en la personalidad y la concentración de la Selección capitaneada por Diego Maradona.
Corea del Sur estaba jugando el segundo Mundial de su historia y el primero en 32 años (el anterior había sido en Suiza 54), y se mostró como un equipo físicamente fuerte, técnicamente limitado y tácticamente ordenado. Y violento, más allá de la sensación de que en ocasiones fue más por bruto que por malintencionado.
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La realidad es que Argentina ganó ese partido porque jugó bien y comprometido de punta a punta, con un Maradona que empezaba a decirle al planeta que ese iba a ser su Mundial. Así lo demostró en aquel tórrido mediodía del 2 de junio de 1986, en el Estadio Olimpico Universitario del Distrito Federal de México.
El primer partido en México 86: una Argentina sólida y diferente a la de la etapa previa
La Selección de Bilardo llegó a ese primer partido del Mundial en un clima interno y externo difícil. Dentro del grupo, las relaciones humanas habían explotado por el aire con la pelea entre Maradona y Passarella. La bomba les estalló en la mano, porque el quiebre fue apenas 17 días antes del debut, en un amistoso en Colombia.
En ese partido, contra Junior de Barranquilla, Argentina jugó pésimo y empató 0-0. “Éramos malos, malísimos, una banda de perros, no podíamos tirar una pared “, reconoció con gracia años después Maradona. Los que todos recordaron por siempre, y recuerdan al día de hoy, fue lo que pasó después de esa igualdad: los jugadores hicieron una reunión en privado, de la que nunca nadie reveló ni un detalle en público, salvo admitir que se dijeron de todo.
Y aceptaron de que esa reunión no arregló los distanciamientos pero fue una suerte de tregua con un fin que valía la pena: unirse y ser campeones del mundo. Así Argentina llegó al Mundial de México 86, sanando sus heridas internas pero también apuntado desde afuera por la mayoría del periodismo (e incluso algunos funcionarios del gobierno de Raúl Alfosín) que quería que Julio Grondona echara a Bilardo.
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Eso no ocurrió y la imagen del debut contra Corea del Sur fue diferente a todo lo que se había visto en todo el cuestionado proceso de DT al frente del seleccionado. El equipo jugó con criterio, dando pasos seguros, sin descontrolarse ni perder el orden. Y dándole la pelota a Maradona, el único autorizado a salirse del libreto.
Y fue un Diego tan inspirado como motivado el que llevó de la mano al equipo rumbo al triunfo. En el camino, lo molieron a patadas, que no por estar acostumbrado le dolían menos. Pero la sensación de que no lo podían parar ya estaba presente en México. Muchos creyeron que era por las limitaciones coreanas, pero el resto del Mundial confirmó que Maradona era imparable simplemente porque era Maradona.
Fue de un pase suyo de cabeza que llegó el primer gol, a los 6 minutos, de Jorge Valdano. Y 12 minutos después, de nuevo con un pase de Diego (esta vez desde un tiro libre de la izquierda) que fue derecho a la cabeza de Oscar Ruggeri para el 2-0. En menos de 20 minutos, Argentina sacaba una ventaja que ahuyentaba cualquier tipo de fantasma pero, no por eso, valía relajarse.
De hecho, en el segundo tiempo, el equipo salió con todo a buscar más y tuvo su premio enseguida, porque al minuto Valdano empujó con la derecha una pelota que -otra vez- llegaba desde el pie de Maradona, en este caso el derecho tras un desborde por ese sector. Más tarde, entrando al cuarto de hora final, Park Chang-Sun metió un golazo desde afuera del área pero sin que eso significara una real aproximación en el juego.
El partido estaba definido por el resultado (3-1) pero fundamentalmente por la concentración con la que el equipo jugó, sin subestimar al rival en ningún momento, a pesar de que para todos Corea del Sur era un equipito a que se le ganaba caminando.