En el Mundial 90, disputado en Italia, Diego Maradona vivió un calvario debido a la lesión que le produjo en su tobillo izquierdo una feroz patada recibida ante Rumania. Cuando salió del estadio en chancletas y quedó a la vista de todos esa hinchazón impresionante, se creyó que estaba fuera del torneo y que la Selección Argentina perdía a su figura estelar.
Pero la lesión no fue capaz de frenar al mejor de todos: se infiltró y pudo jugar el partido siguiente ante Brasil. Diezmado físicamente, Maradona permaneció junto a sus compañeros y no permitió que ese tobillo inflamado lo sacara del Mundial: “murió” en la cancha en la recordada final perdida ante los alemanes sin perderse un solo minuto de juego.
En el tercer partido de la ronda de Grupos, Argentina se enfrentaba ante Rumania. Antes había perdido 1-0 con Camerún (en un partido muy violento en el que Claudio Caniggia y Diego sufrieron patadas pocas veces vistas) y le había ganado 2-0 a la Unión Soviética. La clasificación todavía no estaba asegurada.
La patada del rumano Rotariu destrozó el tobillo de Maradona
En ese encuentro, muy sufrido, la Selección logró un empate que le permitió pasar a octavos de final como mejor tercero. Pero en el transcurso del partido ocurrió algo que condicionó al equipo para el resto de la competencia. Yosiuf Rotariu le pegó una patada a Maradona en el tobillo izquierdo y le provocó una inflamación que no le dio tregua durante todo el mes. Ese día empezó el calvario de Diego.
Al clasificar como mejor tercero, a la Selección de Bilardo le tocó un rival complicado: la poderosa Brasil, ganadora de su grupo y candidata al título. Nadie creía que Maradona podría jugar ese partido en el Estadio Delle Alpi de Turín. Con solo ver la pelota que tenía en su tobillo, era imposible imaginar que el “10″ fuera capaz de saltar a la cancha.
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La mañana del partido se reunieron en la enfermería el doctor Raúl Madero, Maradona y Guillermo Coppola. Diego le pedía al médico de la Selección que le aplicara la inyección y le infiltrara calmantes. “Es imposible, está tan hinchado que no se puede… No hay manera”, decía el médico de la Selección mientras sostenía la jeringa.
El propio Diego se puso la inyección
En ese momento, Coppola dijo algo y Madero se dio vuelta para mirarlo. Fue el momento clave para Diego. Aprovechó la situación y presionó la tapa de la jeringa introduciendo a fondo la aguja en su maltratado tobillo. La infiltración estaba hecha y era cuestión de esperar…
Horas después, a Diego ya le dolía menos y estaba dispuesto a jugar. Obviamente, actuó en inferioridad de condiciones, pero así y todo resultó determinante. Faltando menos de 10 minutos y con el partido empatado (Brasil se había perdido varios goles), Maradona tomó la pelota en mitad de cancha e inició un rápido contraataque.
Fue dejando rivales en el camino, sufriendo empujones y cruces que no pudieron frenarlo. El último roce lo estaba mandando al césped, pero un segundo antes alcanzó a tocar la pelota con la parte externa del pie para darle un pase perfecto a Claudio Caniggia, dejándolo mano a mano con Taffarel. El Pájaro lo gambeteó y marcó el gol de aquel triunfo histórico.
Esa victoria retempló el espíritu del equipo, pero no curó el tobillo de Maradona. Su calvario siguió. No podía calzarse ni entrenar. Todos se preguntaban si podría jugar el partido siguiente, cosa que parecía improbable mirando su pierna. Sin embargo, Diego se infiltraba y decía presente. Así fue ante Yugoslavia, frente a Italia… Y la Selección llegó a otra final del Mundial por segunda vez consecutiva. Allí esperaba, nuevamente, la Alemania de Beckenbauer.
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Además de un Maradona a media máquina, en ese partido Argentina sufrió varias bajas por sanciones y perdió a 5 minutos del final debido a un polémico penal sancionado por Codesal. El gol de Brehme dejó a la Selección sin Copa y a Maradona llorando en el medio de la cancha. Había terminado el calvario del “10″ en su Mundial más sufrido.