Albert Camus dijo sobre las bolitas: “Son una metáfora de la vida. Se juegan con ellas, se pierden, se recuperan, se comparten. Son un símbolo de la infancia, la amistad y la inocencia”. El premio Nobel de Literatura las recuerda con nostalgia en su libro autobiográfico “El Tercer Hombre”. “Eran mi única riqueza -agrega-. Las guardaba en una caja de cartón forrada con papel de seda. Tenía canicas de todas las formas y colores, pero mis favoritas eran las de cristal transparente”.
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Muchos otros grandes autores escribieron sobre las bolitas. Los niños de la ficción Oliver Twist -creado por Charles Dickens- y Tom Sawer de Mark Twain jugaban con ellas en las calles. Las canicas aparecen en un poema de Mario Benedetti y en un cuento de Ernest Hemingway. Otro Premio Nobel, Gabriel García Márquez, en su autobiografía “Vivir para contarla”, recuerda cómo jugaba a las canicas con sus amigos en Aracataca, Colombia. Las bolitas están en la infancia de todos.
Alejandro Dolina va un poco más allá y, con humor, en sus Crónicas del Ángel Gris especula sobre por qué no hay tantos chicos jugando a las bolitas como antes. Dolina alerta: “Existe una conjura universal para impedir el juego de la bolita. Alguien tiene que ocuparse de indagar las razones de este complot y -si es posible- desbaratarlo. Y hay que encontrar los quinientos millones de bolitas perdidas. Hace pocos días, el autor de esta nota trató de dar con el frasco donde guardaba unas pocas docenas. No estaba. Tampoco estaba la caja de las chapitas, el álbum de figuritas ni el trompo ni los autitos con masilla. Algo malo debe estar ocurriendo”.
Si fuera cierto que, como teoriza Dolina, hay un “complot internacional” contra las bolitas, en esa conjura no participa la gente de San Jorge. Allí, en esa localidad santafesina, las hermanas Chiarlo (Rosana, Silvina y Mariana) mantienen viva la única fábrica de canicas del país y Sudamérica que está produciendo desde hace 71 años. Otros fabricantes están muy lejos -en México y China- y sus productos son mucho más caros.
El horno de la fábrica está a 1600 grados constantes y no se apaga por la noche. Allí se produce bolita Vergel (transparente con color por fuera), la Onix (color negra), la Pétalos (como el ojo de gato) y bolitas industriales que son las que llevan en su interior los aerosoles de pinturas o las espumas de carnaval. Se fabrican las tradicionales de 16 milímetros y los bolones de 25 milímetros: en modelos Vergel y Onix.
En esta nota de Telenoche visitamos la fábrica de San Jorge para contarles el paso a paso de cómo se hacen las bolitas y por qué mantener la fábrica abierta es una verdadera “utopía” para sus dueñas.
