El 21 de junio de 1978 se disputó uno de los partidos más polémicos de la historia del fútbol: Argentina, el anfitrión en aquel Mundial, tenía que derrotar por más de cuatro goles a la selección de Perú para acceder a la final de la competición; el encuentro se selló con un 6-0 a favor de los locales. Así, las dudas con respecto al rol de la dictadura militar en aquel partido pasaron a formar parte del debate público, que incluso se mantiene 45 años después.
El partido de la sospecha eterna: la dura clasificación de la Selección a la final
El combinado nacional, comandado por César Luis Menotti, había sido sorteado en el mismo grupo junto a Italia, Francia y Hungría de cara a la primera fase. Dos victorias contundentes y una sola derrota, ante los italianos en el último cotejo, permitió que el seleccionado accediera a la siguiente instancia como segundo.
En aquellos tiempos, la Copa del Mundo se disputaba en dos fases de grupos. Para la segunda instancia, al seleccionado local lo esperaban Brasil, Polonia y la propia Perú, una de las grandes sorpresas del torneo. Solo el primero de esa zona se iba a clasificar a la final del 25 de junio en el estadio Monumental de River Plate.
La Albiceleste venció 2-0 a Polonia y Brasil hizo lo propio contra Perú, pero por 3-0. Luego, en el segundo cotejo, argentinos y brasileños empataron sin goles en un clásico aburrido y más disputado de lo esperado. En la última fecha del grupo, Brasil venció 3-1 a los polacos. Así, para llegar a la final, Argentina debía golear a Perú.
El partido de la sospecha eterna: una goleada repleta de polémica
El Gigante de Arroyito fue el escenario propicio para la fiesta: casi 40.000 personas se agolparon en el estadio rosarino aguardando por un milagro de la Selección. Para colmo, los corazones casi se paralizan cuando Juan José Muñante, durante los primeros minutos, estrelló su remate en el poste del arco custodiado por Ubaldo Fillol. El primer tiempo, sin embargo, fue todo de Argentina: Mario Kempes y Alberto Tarantini sellaron el 2-0 y el plantel se fue al vestuario.
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Las sospechas todavía no se habían desatado hasta que el combinado nacional salió con todo en el complemento: Kempes amplió diferencias a los 46′ y Leopoldo Luque convirtió un tanto más a los 50′ para poner el 4-0, un resultado más que contundente para los de Menotti. Ya con el equipo peruano completamente derrotado, Luque celebraría una conquista más y René Houseman cerró el apabullante triunfo.
Si bien diversas teorías con respecto al desempeño de los peruanos, no fue hasta 1998 cuando Ramón Quiroga brindó una curiosa entrevista con La Nación. Allí, el exarquero advirtió que algunos de sus compañeros no habían dado el máximo dentro del campo de juego: “De los que habrán agarrado la guita, varios murieron y otros murieron para el fútbol”.
Poco después, Juan Carlos Oblitas, una de las figuras del seleccionado incaico, también sembró dudas: Jorge Rafael Videla, presidente de facto por aquel entonces, había decidido ingresar al camarín visitante poco antes del encuentro junto a Henry Kissinger, exsecretario de Estado norteamericano y aliado geopolítico. El puntero izquierdo llegó a advertir que la presencia del mandamás argentino los desestabilizó.
“Algunos, acaso intimidados, dejaron de cambiarse para escucharlo. Yo, con más experiencia, seguí en lo mío. No quería que nada interrumpiera mi concentración”, sentenció Oblitas. Otros jugadores, por su parte, intentaron desligarse del asunto y negaron terminantemente un soborno.
Según reconstruyó la agencia Télam, desde ese momento empezaron a instalarse las sospechas. Hubo investigaciones periodísticas que dieron cuenta de las relaciones “comerciales y amistosas” entre los gobiernos de la Argentina y Perú en aquellos tiempos. Una de ellas se recoge en el libro “Fuimos Campeones”, del periodista Ricardo Gotta.
El jefe de la delegación visitante era Francisco Morales Bermúdez, hijo del presidente de su país (del mismo nombre). Como publicó Gotta, poco tiempo después del Mundial, Videla distinguió con la Orden del Libertador General San Martín en el Grado Gran Cruz al Ministro de Guerra de Perú, General de División Pedro Richter Prada.
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“Se dijo que los militares apretaron a los jugadores peruanos en el vestuario, que se retribuyó el favor de Perú mandándoles barcos con trigo y maíz, pero nunca saltó una prueba, una foto, un testimonio que lo confirmara”, dijo, muchos años después Mario Kempes.
Apenas finalizado el encuentro se escucharon quejas de la delegación de Brasil, que por la goleada no había podido llegar a la final. Claudio Coutinho, entrenador brasileño, se preguntó ante la prensa: “¿Qué pasó acá?”. Los medios de su país hablaron de escándalo, de vergüenza, de arreglo.
La historia terminaría bien para la Albiceleste: en la final y en el Monumental, se impondría en el alargue por 3-1 ante la siempre difícil Países Bajos, en aquel entonces llamada Holanda.