Mientras los alemanes se preparaban para levantar la Copa del Mundo en Italia 90, los jugadores argentinos desfilaban ante la mesada donde estaban las medallas de subcampeones. El primero fue el capitán, Diego Maradona, quien no podía parar de llorar. Era el indiscutido mejor jugador del mundo, pero aquellas lágrimas le caían, por primera vez en público, por tristeza e impotencia.
Luego -el archivo es contundente al respecto- llegaron montones de otros llantos, aunque resulta tan inolvidable como el amago de saludo a Joao Havelange, entonces presidente de la FIFA y gran enemigo de Diego, para dejarlo con la mano extendida y con las ganas unos segundos antes de que le colgaran la medalla de subcampeón.
Había sido la segunda final consecutiva de la Copa del Mundo entre argentinos y alemanes, y en la de Italia fueron los germanos los que se llevaron el primer puesto. Para el seleccionado que dirigía Carlos Bilardo fue todo un logro haber llegado hasta esa instancia decisiva, cuando tranquilamente pudo haber quedado eliminado en cualquiera de las anteriores instancias de ese Mundial.
A 32 años del llanto de Diego Maradona: recorrido fallido pero eficaz
Argentina debutó contra Camerún, en el partido inaugural del Mundial, y lo que parecía que iba a ser un triunfo tranquilo, se convirtió en una derrota impensada, con un equipo que no jugó bien y al que no le alcanzó con el ingreso de Claudio Caniggia en el segundo tiempo: Bilardo lo había castigado por ciertas indisciplinas del Pájaro previas a la competencia.
Luego, siempre en la primera ronda, llegó el triunfo 2-0 contra la Unión Soviética, con una gran ayuda arbitral, que no cobró un penal en contra de Argentina después una alevosa mano de Maradona. Los goles fueron marcados por Jorge Burruchaga y Pedro Troglio. Y finalmente un empate 1-1 (el tanto argentino lo hizo Pedro Damián Monzón) ante Rumania que alcanzó para ir terceros a los octavos de final.
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En los play-off, la Selección más que el rendimiento encontró la buena suerte, porque eliminó a Brasil en Turín gracias a los remates en los palos, a las atajadas de Sergio Goycochea (quien ocupó el arco desde una dura lesión sufrida por Nery Pumpido contra los soviéticos), a la imprecisión brasileña para definir, y a una inspiración de Maradona faltando 10 minutos que, como en el 86, dejó el tendal, y puso a Caniggia mano a mano con el arquero: gambeta, 1-0 y a cuartos.
La efervescencia crecía, pero el rendimiento no y Argentina jugó muy mal contra Yugoslavia en Florencia y recién pudo vulnerarlo en la definición por penales, que tuvo a Goyco como héroe y a Diego en modo “errar es divido y agradecer es humano”: falló su penal y le dio un enorme abrazo de agradecimiento al arquero ya con el triunfo consumado.
Italia y del llanto alegre al llanto triste
En la semifinal se desataron todos los problemas. Argentina enfrentaba al local, Italia, en el estadio del Napoli, el mítico San Paolo, en donde Maradona era local y los italianos -en especial los del norte- bastante visitantes. Y Diego se encargó de que el clima previo fuese espeso, arengando a los napolitanos, diciéndoles los que nunca se acordaban de ellos, ahora les pedían aliento.
La Selección de Bilardo jugó su mejor partido del Mundial, lo sufrió y lo guapeó. Después del empate 1-1 (tantos de Caniggia y Salvatore Schillaci), lo ganó por penales gracias a las intervenciones de Goycochea en los remates de Roberto Donadoni y Aldo Serena. Asì se desató la furia de casi toda Italia contra Maradona.
Los silbidos al himno argentino antes de la final en el Olímpico de Roma fueron una muestra cabal, tanto como el desafío de Diego, quien esperó a que la cámara lo tomase en primer plano para dedicarles a italianos que chiflaban un “hijos de puta, hijos de puta”, tan silencioso como sonoro.
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Ese insulto se vio en pantalla gigante en el estadio y por televisión en todo el mundo. Fue el principio del fin. Argentina retomó el bajo nivel que tuvo en casi toda la copa, pero aguantó el partido hasta que un penal sancionado por el mexicano Edgardo Codesal faltando cinco minutos, que al día de hoy se discute, le permitió el triunfo a Alemania.
Fue por una infracción de Roberto Sensini contra Rudi Völler, que Andreas Brehme convirtió en gol con un zurdazo cruzado que hizo estéril el esfuerzo de Goycochea, quien había adivinado el rumbo de la pelota.
Los fantasmas del despojo aparecieron con fuerza. Que los italianos, que la FIFA, que Havelange… Todos tenían un motivo para cobrarle en un solo pago las deudas a Diego Maradona, que estuvo a muy poquito de ser bicampeón mundial. Por eso, tanta tristeza e impotencia. Y tanto llanto desconsolado e inolvidable.
Como si fuese un vulgar jugador que se perdía la única chance de su vida de ganar algo, aquella noche el Dios del fútbol lloró.