No se aguantaba más. 582 días sin ir a la cancha. Con fútbol, sí, pero sin esa cosa especial de programar un día por y para River. Revisar mentalmente los pasos a seguir para salir a horario, elegir qué camiseta llevar, y cumplir a rajatabla esos los protocolos que habían quedado de lado desde la llegada de la pandemia: las benditas cábalas.
Fue una semana rara, casi estresante. ¿Podré tener mi lugar? ¿Cómo saco el permiso? ¿Y si la App Cuidar se cuelga ese día? ¿Hago captura del certificado de vacunación por las dudas? En fin, demasiadas cosas mezcladas con la ansiedad del retorno al estadio, pero con un gran particularidad: contra Boca.
Ir a la cancha es una experiencia única. Ir en un Superclásico es mucho más que eso. Además de la fiesta en sí, es el día en el que hay que ganar sí o sí, y en el que está prohibido perder.
Cómo fueron los controles para ver el River-Boca
Una hora y media antes de que comience el partido ya estaba en las inmediaciones del Monumental. El clima era de alegría, felicidad y alivio. ¡Fueron 582 días!
Celular (con la App Cuidar preparada), DNI, y carnet del club en mano. Tras un pequeña demora en Libertador y Quinteros (por megáfono pedían tranquilidad y paciencias porque un “molinete está roto”), abrieron el paso para los hinchas.
Caminata fluida, con los cánticos de siempre, todos dedicados a Boca. ¿Barbijos? Sí, pero no todos, podríamos decir que en una proporción de 60 a 40, bastante más de lo que esperaba luego de ver varias imágenes por televisión de otros partidos.
Luego de un par de cuadras aparece el primer control. Por megáfono advierten: “DNI y carnet en mano, y App Cuidar preparada”. Varios se ríen, claramente no tienen ni hecho el trámite en el que tuve que declarar mi vacunación para obtener el permiso exigido por el Gobierno.
Cruzamos la plazoleta y hay que mostrar el carnet en mano. El paso es sencillo, casi sin parar. Nada nos detiene, el Monumental está cada vez mas cerca y la ansiedad de todos va creciendo.
Finalmente, vislumbro los molinetes y comienzan a formarse las diferentes colas para ingresar. Parece eterno y muchos protestan porque hay una necesidad de entrar YA al estadio. Pero la realidad marca que con apenas dos minutos de espera comienza a pasar la primera tanda de hinchas.
Estoy a cuatro personas del cacheo cuando la policía decide cortar, para que se no aglutine demasiada gente en la zona de los molinetes. Apenas un minuto y medio de espera y volvemos a avanzar. Un primer cacheo del personal de seguridad, y luego y rápida revisión de la mochila por parte de un policía.
“Aplicación en mano”, vuelven a informar. Tengo todo listo, y ya estoy frente el molinete. Apoyo el carnet, luz verde, y avanzo. ¿El siguiente paso? Un policía me pide el DNI y le saca una foto con su celular. Detrás suyo volverán a pedirme el carnet y el DNI. Todo perfecto, la cancha ya está a metros. ¿La App Cuidar? Bien, gracias. Nadie se tomó el trabajo de mirarla. ¿Se terminó la pandemia y no me avisaron?
En apenas 12 minutos quedé frente al molinete de ingreso a la tribuna. 12 minutos, para 582 días de espera suena a poco. Sin dudas, uno de los ingresos más rápidos y ágiles de los últimos tiempos.
Eso sí, al subir las escalinatas hubo una pequeña sorpresa. Yo estudié periodismo por vocación, pero también porque no iba a tener ni matemáticas, física o química. Pero a pesar que los números no son lo mío, a simple vista noté que eso del aforo del 50% fue otro cuento chino: se superaba largamente los 36.000 lugares habilitados para ver el partido.
El regreso a las canchas fue satisfactorio y altamente emocionante, aunque con varios protocolos (los sanitarios, porque los cabuleros no fallaron) sin cumplir.
El resto ya lo saben. Fútbol champagne, con galera y bastón. Baile, gritos eufóricos y el derrumbe de esas locas teorías “riquelmianas” de que no perdía clásicos. Una vez más, todo volvió a la normalidad. Bueno, a la nueva normalidad, a esa que comenzó en 2014. Ah, sí, también a la nueva realidad ¿post? pandemia.