El 21 de octubre de 2001, un joven llamado Carlos Tevez hacía su debut en la Primera de Boca. Mucho tiempo antes había sido marcado como un talento sin igual, un joven descarado capaz de gambetear a todo el equipo rival. Pero sus primeros contactos con Carlos Bianchi fueron un tanto extraños. El Apache llevaba tiempo entrenando con el equipo, pero le costaba marcar la diferencia y mostrar su potencial. El Virrey confiaba en que finalmente explotaría, por eso decidió que le daría la titularidad ante Talleres. El joven fue al baño y el entrenador lo siguió. Mientras ambos hacían sus necesidades, le dijo: “Usted va a ser titular el domingo”.
El 4 de junio quedará marcado en la historia de Boca: de un día para otro se quedó sin ídolos en la cancha. La salida de Tevez deja a los hinchas huérfanos y sin esa combinación perfecta entre jugador y símbolo. Una de sus grandes cualidades fue la de medir el pulso de la tribuna, abrazarse a la gente y ser protagonista en jornadas épicas. “El jugador del pueblo”, como se lo apodó alguna vez, decidió ponerle punto final a su aventura como futbolista Xeneize. “Esto es un hasta luego”, dijo con la voz entrecortada, con lágrimas en sus ojos al recordar a su padre Don Segundo, quien falleció este año.
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La eliminación ante Racing el lunes 31 fue su última función. Una muy opaca si se la compara con sus días de gloria. Fueron 90 minutos muy pobres en un contexto poco favorable: hace meses que Boca juega mal y no da garantías. Su última pelota fue un penal violento que dio en el travesaño, ante un estadio sin hinchas por la pandemia que hace más de un año se llevó la emoción de las tribunas. Una imagen que va a contramano de todo lo que logró en su carrera. En total ganó 29 títulos, siendo así el argentino con más premios solo por detrás de Lionel Messi.
Tevez se cansó. No tuvo tiempo para procesar la muerte de su padre porque el fútbol, sumergido en su vorágine sin igual, se olvida de la personas. Las obligaciones, los viajes, los días lejos de la familia, todo queda en el en un segundo plano cuando la pelota empieza a rodar. “Necesito ser marido, padre, hijo para mi madre”, explicó en la conferencia de prensa. A sus 37 años quiere otra cosa: retirarse o jugar en una liga donde nadie lo moleste por una derrota. “Hoy les digo que sí, que dejo el fútbol. Pero quizás en tres meses me levanto y quiero volver. Pero ya no será a Boca”.
Son 11 los títulos que levantó con la camiseta del Xeneize, entre ellos una Copa Libertadores (2003) en la que fue elegido como el mejor jugador del torneo. Ese Bianchi sacó la versión más barrial de Tevez. El Apache, de chico, jugaba por el sánguche y la Coca-Cola en el Fuerte Apache. “No sabés lo que eran esos torneos. La patada más baja te volaba a la garganta. Nos matábamos con los otros equipos. Todo sea por el morfi”, contó en el año 2000 al diario La Nación. Cuando fue vendido al Corinthians en 2004 se fue envuelto en lágrimas, campeón de la Sudamericana y apañado por la gente: ya era ídolo.
Corinthians, West Ham, Manchester United, Machester City y Juventus. Es recordado en todos los clubes por los que pasó. Y cuando sentía que ya lo había ganado todo, pegó la vuelta: en 2015 regresó a Boca porque extrañaba Argentina y estar cerca de su barrio, sus orígenes. “Podrán decir lo que quieran del Fuerte, pero para mí es el lugar más lindo del mundo. Para opinar hay que vivir ahí, y yo me levantaba a las seis de la mañana y veía a todos los laburantes que lo único que querían era salir a trabajar y volver con el pan bajo el brazo. Jamás olvidaré mis raíces”, contó.
Volvió cuando en la Juventus era ídolo. Lo hizo en el mejor momento de su carrera, cuando los italianos querían hacerle un contrato mucho más largo. Su idea era ganar otra Copa Libertadores con Boca pero no pudo: cayó en semifinales de la edición 2016 ante el sorprendente Independiente del Valle y perdió ante River en la edición 2018. Muchos hinchas no le perdonaron que a fines de 2016 se fuera al fútbol chino sin despedirse, casi huyendo de la situación. Una especie de mancha que algunos le recuerdan hoy en día.
Estuvo distanciado de Riquelme varios años. Su cercanía con Daniel Angelici, expresidente del club, fue uno de los motivos. Cuando Jorge Ameal y el propio Román ganaron las elecciones a fines de 2019 se habló de la posible limpieza del Apache. Con la llegada de Miguel Ángel Russo recuperó la titularidad y mostró un nivel excelente para robarle el título de la Superliga a River en la última fecha, en una Libertadores colmada hasta el último escalón de las tribunas y con Diego Maradona como DT de Gimnasia. Metió el gol de la victoria, del título. Fue su última gran noche.
Mantuvo guerras internas con uno de los peso pesado del Consejo de Fútbol, Jorge Bermúdez, quien lo trató de “exjugador”. Vio cómo el equipo fue perdiendo figuras en los últimos tres años, alejándose así de la posibilidad de ganar la Libertadores que tanto le obsesionaba. En el último tiempo lidió con la ausencia de un centrodelantero eficaz, porque Franco Soldano no estuvo a la altura y la dirigencia sacó del plantel y cedió a préstamo a Ramón Ábila, íntimo del Apache. A los 37 años entendió que el tren había pasado.
El Apache se comunicó en la madrugada del viernes con Riquelme, vicepresidente del club, y le dejó clara su postura. El 10 se sentía agotado del día a día y entendía que en este contexto no es capaz de ayudar a sus compañeros y al equipo. El capitán tenía contrato hasta el 31 de diciembre de 2021, pero con una cláusula de salida el 30 de este mes, que tomó la decisión de ejecutar. Sus planes en el corto plazo: viajar este fin de semana con su familia para tomarse unas vacaciones en Miami y bajar revoluciones.
En la videollamada estuvo Russo. También habló unos minutos con el presidente Ameal. No hubo reproches ni quejas. Las partes entendieron que el deseo de Carlitos era ponerle punto final a su carrera en Boca en buenos términos. Sin discusiones ni pases de factura. El viernes, cerca de las 18.45, llegó a La Bombonera y volvió a charlar con ellos. Nervioso, sacó un papel de su bolsillo y lanzó lo que todos sabían: “Se me hace difícil decir esto, pero no voy a seguir en el club”. Su última imagen en la cancha la protagonizó junto a Román: caminaron por los pasillos abrazados y riéndose, como en los viejos tiempos.
“La gente me pedía que esperara hasta diciembre, que aguantara a que los hinchas volvieran a la cancha. Pero no puedo esperar”, dijo entre lágrimas. Carlitos entiende que llegó el momento de parar la pelota.