No hace falta aclararles que no soy un comentarista de box, pero hay hechos que aun siendo meramente deportivos, consiguen conmover –positivamente- las fibras más íntimas de los pueblos.
Tal el caso de los triunfos argentinos en los campeonatos mundiales de fútbol en 1978, disputado en nuestro país, en 1986, en México, y en 2022, en Qatar.
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Pero hoy, quiero aludir a un acontecimiento deportivo -boxístico específicamente-. Porque fue, sin duda, una noche inolvidable para los argentinos, aquella del 14 de septiembre de 1923.
El Toro Salvaje de las Pampas
Los que no habíamos nacido aún, la podemos imaginar fácilmente: un muchacho argentino, Luis Angel Firpo –el Toro Salvaje de las Pampas, lo apodaron los norteamericanos- se enfrentaba al campeón mundial de los pesos pesados, el famoso Jack Dempsey. Y lo hacía en los EE.UU. adonde había viajado sí, lleno de ilusiones.

Firpo sabía que una ilusión fracasada sería una experiencia dolorosa. Pero también sabía que una vida sin ilusiones, es siempre una vida dolorosa.
Firpo había ganado varias peleas en el país del norte, desde su debut allí. Así pudo acceder a lo que se llamó por primera vez, el “Combate del Siglo”. Actualmente hay muchos “combates del siglo”...
Firpo les había ganado fácilmente a todos los que lo habían enfrentado, incluidos los famosos Bill Brennan y Jess Willard.
Pero el resultado de la pelea contra Dempsey no fue el esperado en un combate con un arbitraje más que polémico. Todos se unieron por un ideal común y un sentimiento simultáneo de alegría por la actuación de Firpo y de dolor por su derrota y por la incorrección que le había “robado” –digámoslo- al argentino. Y cuando el dolor y la alegría llegan juntos, la alegría suele ser triste.
Dicen que el argentino al finalizar la pelea, no quiso mostrar su dolor por la injusticia. Apretó sus labios, todavía en el ring. Pero alguien vio asomar a sus ojos, una lágrima. ¡Y una lágrima puede decir más que un llanto...!
Firpo siguió combatiendo un tiempo más
Y aunque el verdadero dolor no necesita aniversarios, cada 14 de septiembre le traía a Firpo una especial tristeza.
Anualmente, cada vez que llegaba ese día, contrariando su carácter afable y cálido, se volvía taciturno, melancólico. Y el devenir del tiempo y el paso de los años, no lograron cerrar su antigua herida, hasta el último día de su existencia, el 7 de agosto de 1960. Porque fue uno de esos dolores para los que las lágrimas no alcanzan.
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Es que aprendemos a aceptar, pero no podemos aprender a sufrir.
Y del dolor de este muchacho argentino cuyas ilusiones fueron tan golpeadas por una injusticia que no logró superar, llegó a mi mente este aforismo:
“Si la vieja herida sangre, no es vieja”.