Aunque el cine se ocupó más de Rocky Marciano -con el personaje de ficción creado por Sylvester Stallone, Rocky Balboa-, uno de sus rivales, la historia de Joe Louis también es de película. El campeón que puso de rodillas al nazismo y está considerado como uno uno de los tres mejores boxeadores de todos los tiempos, reinó en la categoría más importante –los peso pesados- durante nada menos que 12 años. Sin embargo, murió en la más absoluta pobreza, a punto tal que el boxeador favorito de Adolf Hitler pagó su funeral.
Nacido como Joseph Louis Barrows, el 13 de mayo de 1914, en Alabama, sudeste de los Estados Unidos, era el séptimo hijo de una familia de raza negra muy pobre que se dedicaba al cultivo del algodón y tuvo que radicarse en Detroit, cuando él tenía 10 años, en busca de trabajo.
La leyenda de Joe Louis, el Bombardero de Detroit
Joe, siendo un adolescente que mostraba interés por los deportes y se sentía atraído por el boxeo, tuvo la oportunidad de subirse al ring de un gimnasio para hacer guantes con un joven que tenía experiencia en el cuadrilátero y al que mandó a la lona. Los entrenadores notaron que tenía un talento especial, además de un portento físico sorprendente y le propusieron que siguiera yendo a practicar.
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Con el paso de los meses fue ganando pelea tras pelea, en su mayoría por nocaut, y se convirtió en un profesional que buscaba una oportunidad para pelear por el título de los peso pesados. Eran tiempos en los que el racismo imponía sus reglas y el camino a la cima parecía vedado para los boxeadores de raza negra como él.
Hacía más de 20 años que un negro no tenía la chance de pelear por el título y aún cuando él había respetado los consejos de su entrenador (no festejar cuando derribaba a un blanco, hablar bien de sus rivales antes y después de la pelea y no reírse jamás de la derrota de un blanco) no podía acceder al gran desafío.
Hasta que el 24 de junio de 1937 las autoridades debieron ceder a la presión del público, que aclamaba al “Bombardero de Detroit” por sus espectaculares nocauts, y concederle una oportunidad para pelear por el título. Joe Louis liquidó a James Braddock por nocaut en el octavo asalto e inició el reinado más largo de la historia.
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Pese a que noqueaba a cuanto rival le ponían enfrente, el campeón estaba obsesionado con tener una revancha con el alemán Max Schmeling, un boxeador que era usado por Adolf Hitler como propaganda del régimen para demostrar “la superioridad de la raza aria”. El teutón era el único que le había ganado, antes de ser campeón, aprovechando un descuido suyo para mandarlo a la lona.
En el desquite, Louis lo noqueó en apenas 2 minutos y 37 segundos de pelea. Concretada su “venganza” deportiva, el campeón mantuvo su relación con el alemán, al punto de construir una linda amistad que perduró hasta el fin de sus días.
Después de esa inolvidable pelea, que duró menos de un round, A. J. Liebling, el mejor cronista de boxeo del momento, escribió en su columna: “El triunfo de Joe Louis es una victoria para los de su raza… La raza humana”. Era 1938 y el nazismo era protagonista de la Segunda Guerra Mundial, conflicto que tenía en vilo al planeta.
Como Joe murió en la pobreza total, el 12 de abril de 1981, a los 66 años, Schmeling pidió hacerse cargo de los gastos del funeral, demostrando cuánto apreciaba al ex campeón. Louis había sufrido serios problemas de salud por los golpes recibidos en la cabeza y un aneurisma de aorta que lo dejó en silla de ruedas. Sus deudas con el fisco impidieron que pudiera tener una vida confortable y debió hacer todo tipo de trabajos para poder subsistir.