En las ocho temporadas de Fórmula 1, desde la inaugural de 1950 hasta 1957, Juan Manuel Fangio se coronó cinco veces campeón del mundo, dos subcampeón y en la restante un grave accidente lo marginó casi cuatro meses de la competencia. Sin embargo, la actuación más majestuosa del piloto nacido en Balcarce se dio el día que ganó su último título.
Ese día, el 4 de agosto de 1957, Fangio corrió la carrera más increíble de su vida, ante casi 100 mil personas que lo ovacionaron y admiraron tanto como sus propios rivales, quienes cayeron rendidos ante la enorme figura del campeón que ese día se convirtió en “el Quíntuple”.
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Y lo hizo corriendo sobre una Maserati 250F, que el propio Fangio había estrenado con victoria en 1954, en el GP de Argentina (esa misma temporada la finalizó en Mercedes Benz, a bordo de la famosa Flecha de Plata). Ese Gran Premio en Alemania, en Nürburgring, fue en la versión más extensa de aquel circuito: 22,8 kilómetros por vuelta, con 182 curvas y una recta de tres kilómetros por cada una.
El día que Juan Manuel Fangio ganó su último título de Fórmula 1: la estrategia y cómo fue la carrera
Fangio hizo una planificación perfecta: como sus neumáticos se gastaban más rápido que los de Ferrari, sería necesario sí o sí frenar en boxes. Entonces, decidió salir más liviano, con la mitad del tanque de nafta lleno. De esa manera, tendría un coche más rápido que sus rivales durante la primera parte de la carrera.
En ese contexto, la consigna era liderar, sacando una buena ventaja en segundos para, al momento de parar en boxes, cambiar cubiertas y recargar el tanque, volver a la pista y seguir siendo el líder.
En la clasificación, el Chueco se quedó con la pole position y largó primero. Enseguida perdió la punta pero, con el oficio y experiencia de sus cuatro títulos mundiales y sus 46 años de edad, en la tercera vuelta la recuperó.
En la decimosegunda vuelta, ajustado al plan, el piloto argentino llevó su Maserati a boxes con una ventaja de 29 segundos sobre las Ferrari. Hasta ahí, todo perfecto. Pero en ese momento comenzaron los problemas. La nafta entró bien en el tanque pero los auxiliares del equipo se trabaron en el cambio de cubiertas. En el apuro por sacarlas, se les extravió una de las tuercas y los nervios hicieron el resto.
Fangio volvió a la pista no solo con su ventaja perdida sino que también con 18 segundos de desventaja. Y más que eso: como las gomas eran nuevas, la adaptación a la pista –que le llevó una vuelta- pusieron la diferencia en contra en 51 segundos. Faltaba menos de la mitad de una carrera que estaba ganada antes de boxes y, luego de parar, prácticamente perdida.
El día que Juan Manuel Fangio ganó su último título de Fórmula 1: con el temple de un gran campeón
A nueve giros del final, Fangio solo tenía una ventaja: conocía muy bien el circuito. Claro que, además, era un extraordinario piloto, el mejor de su época y uno de los mejores de todos los tiempos hasta el día de hoy. Pero en aquel 4 de agosto de 1957 Fangio puso en la pista algo más: el temple para asumir riesgos como nunca.
Él mismo se definía como un corredor más bien conservador y estratégico. Dicho de otro modo, la regularidad y la capacidad para elegir cuándo acelerar eran sus principales virtudes, las que lo habían puesto en la cumbre.
Pero en Nürburgring necesitaba ganar para ser campeón del mundo y estaba lejos de la punta. Y pisó a fondo. Y en las curvas que había que rebajar el cambio a segunda, él bajaba a tercera; en las que había que bajar a tercera, él lo dejaba en cuarta. ¿El riesgo? Perder adherencia a la pista y volcar en alguna de las curvas. El premio, descontar los segundos que los confiados pilotos de Ferrari le llevaban.
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Así fue como batió el récord de vuelta en nueve ocasiones y en las últimas apareció en el espejo retrovisor de las Ferrari, que habían empezado a acelerar para evitar lo que fue inevitable: que Fangio los superara. El Chueco había advertido algo rojo varios metros adelante y supo que era una de las Ferrari. Fue dispuesto a pasarla y cuando se acercó se dio cuenta que se había equivocado: no era una sino las dos Ferrari que iban casi pegadas.
Primero superó a Collins y en la última vuelta fue por el puntero, Hawthorn. Y fue con tanto ímpetu que lo sorprendió y lo pasó. “Si no me hubiese corrido a un costado, estoy seguro de que el viejo diablo me hubiera pasado por encima”, reconoció luego Hawthorn, admirado por la hazaña de Fangio.
De los 51 segundos abajo que llegó a estar, terminó ganando la carrera con 3,6 de ventaja. Lo levantaron en andas y lo ovacionaron todos, incluso sus jóvenes rivales de Ferrari, eufóricos como dos fanáticos más. Fangio se llevó copa de Nürburgring (muchos años después le hicieron una estatua), los laureles colgados sobre su cuello y el campeonato mundial de pilotos de 1957 en el bolsillo. El quinto del Quíntuple, con toda la Fórmula 1 rendida a sus pies.