Gilles Villenueve corrió apenas cinco temporadas en la Fórmula 1. No fue campeón ni ostenta récords inalcanzables. Sin embargo, su luz, aunque fugaz, brilló como pocas en la historia de la máxima categoría. Se apagó cuando tenía sólo 32 años por la trágica muerte durante la clasificación del Gran Premio de Bélgica.
El estilo audaz del canadiense, siempre desafiando los límites, enamoró a los fanáticos del automovilismo y cautivó nada menos que a Enzo Ferrari, quien lo adoptó como si fuera un hijo y le abrió las puertas de la escudería de Maranello, donde corrió hasta el día de su fallecimiento, el 8 de mayo de 1982.
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Imposible no recordarlo ahora que el Gran Circo viaja a Canadá, su tierra natal, para disputar el noveno GP del año en el circuito que lleva su nombre.
Gilles Villeneuve: una vida a máxima velocidad
Nació el 18 de enero de 1950 en Chambly, estado de Quebec. A los 17 años quiso ser piloto y empezó a juntar dinero en carreras de motos de nieve, pero no se conformó sólo con eso: salió campeón en 1974. “No corro para comer sino para ganar”, fue parte de su filosofía de vida.
Luego pasó a los autos, a la Fórmula Ford Canadiense y más tarde a la Fórmula Atlantic, donde obtuvo el título en 1976 y deslumbró en una carrera al piloto británico James Hunt, quien había sido invitado y lo recomendó a McLaren, equipo con el que debutó en la Fórmula 1 en 1977: llegó a estar sexto pero terminó undécimo en Silverstone, no convenció por la cantidad de trompos que dio en las curvas y lo descartaron.
“¿Cómo vamos a saber los límites de un auto si no tratamos de sobrepasarlos? Si sientes que todo está bajo control es que no vas lo suficientemente rápido”, se excusó y, a la vez, inmortalizó una de las tantas frases que lo describen. ¿Otra? “Cuando peleo una posición, ataco al 110 por ciento y muchos de mis colegas lo hacen al 90 para no dañar sus autos”.
Enzo Ferrari no dejó pasar la oportunidad y lo contrató nada menos que para sustituir al austríaco Niki Lauda y compartir equipo con el argentino Carlos “Lole” Reutemann, quien dijo que Villeneuve “fue el mejor y más honesto compañero” que tuvo en la Fórmula 1. “Era un pibe maravilloso”.
Villeneuve debutó con el bólido rojo el 9 de octubre de 1977 en Ontario. La confianza de Il Commendatore no se torció ni ante los pésimos resultados tanto en el GP de Canadá como en el de Japón, donde voló sobre el Tyrrell de Ronnie Peterson y mató a dos personas ubicadas en una zona prohibida.
Ganó la primera de sus seis carreras (además sumó 13 podios en 67 pruebas) en el circuito Île Notre-Dame, que ahora lleva su nombre. Aquel GP de Canadá, última escala de su primera temporada completa en la F1, fue la antesala de un 1979 en el que iba a ser subcampeón.
Probablemente sea el piloto sin corona con mayor reconocimiento en la historia del automovilismo. Y se debe a maniobras como las que realizó en las dos últimas vueltas del Gran Premio de Francia de 1979, mientras pugnaba por la segunda posición con el local René Arnoux (Renault), considerado uno de los momentos más épicos de la F1.
“Creo que Gilles era el piloto perfecto. Era el más talentoso de nosotros. El diablo más loco que he visto en la Fórmula 1″, sentenció Niki Lauda, con lo que coincidió otro tricampeón mundial como Nelson Piquet: “De alguna manera estaba loco, pero es evidente que era un fenómeno. Hacía cosas en la pista que nadie más era capaz de hacer”.
Gilles Villeneuve: la debilidad de Enzo Ferrari
El fundador de Ferrari veía en Villeneuve a un digno heredero de Tazio Nuvolari, un piloto italiano que había brillado en la década del 30. “Cuando me presentaron a este pequeño canadiense, este minúsculo manojo de nervios, instantáneamente reconocí en él el físico del gran Nuvolari”, afirmó.
Pocos pilotos llegaron a entablar una relación tan sincera con Il Commendatore y a hablarle de la manera en que lo hacía el canadiense: “El auto es una mierda, estoy perdiendo el tiempo, pero lo manejaré todo el día, haré trompos, lo estamparé contra las vallas, haré lo que usted quiera porque es mi trabajo. Simplemente le digo que no somos competitivos”.
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En el despacho que Ferrari tenía en Fiorano y que ahora es un museo, la foto que figura al lado del teléfono del escritorio es la de Villeneuve.
Gilles Villeneuve: trágico y prematuro final
El GP de San Marino disputado en Imola, Italia, fue el principio del fin. Allí se peleó con su compañero Didier Pironi, quien destruyó el pacto que tenían: si iban primero y segundo llegando al final de la carrera, darían un poco de show sin ir a tope y terminarían como venían en las posiciones. En la última vuelta, el francés desobedeció las órdenes y ganó traicionando a Villeneuve.
“Ahora búsquense otro piloto. Creía tener como compañero a un amigo y hoy me di cuenta de que es un imbécil, se portó mal, me cuesta creer todo lo que pasó hoy en la pista”, disparó.
Dos semanas después, en el circuito de Zolder, en Bélgica, Pironi estuvo adelante suyo en la clasificación y Villeneuve salió a bajar su tiempo. Fue al límite, como siempre, pero esta vez sus reflejos no pudieron contra la negligencia de Jochen Mass (March), quien transitó a menos de 100 km/h sobre el sector rápido. Lo embistió a 220 km/h y la Ferrari empezó a volcar y, en la curva Terlamen, Villeneuve salió despedido y terminó contra las vallas de protección.
Murió esa misma noche. Estaba casado con Joanne Barthe, su novia desde los 15 años, y tenía dos hijos: Malanie y Jacques, quien tomó su legado y en 1997 fue campeón de la Fórmula 1.