Siempre me subo en el tercer vagón del tren Roca. Estuve a nada de dejar pasar ese tren, pero, al ser feriado, pensé que el siguiente iba a tardar mucho. Por ese motivo, me subí y ya. Sin embargo, ya se sentía algo raro en el ambiente.
Intenté sentarme y los primeros 6 pares de asientos estaban ocupados por varios hombres que, por su tonada, entendí que eran colombianos. Buscaban llamar la atención y hablaban en voz alta, insultando y diciendo cosas a las que no les presté atención. Los miré de reojo y vi que todos tenían bufandas, camperas y pertenencias de color verde, y decidí seguir de largo hasta sentarme sola. En el momento no los identifiqué, pero después me enteré de que eran hinchas del Deportivo Cali.
En Lanús se subió un chico que tenía puesto una campera de la Selección Argentina. Cuando pasó por al lado de los hinchas, pensaron que era de Racing y empezaron a provocarlo. “¿Qué me decís? No soy de Racing. ¿Qué te pasa?”, le contestó. Hubo un pequeño ida y vuelta entre ellos, donde las bromas se volvieron cada vez más fuertes, a tal punto que un colombiano se paró para pelearse. Ese fue el primer momento de tensión y una señora que estaba cerca les pidió por favor que no pelearan. El chico se pasó al siguiente vagón y los miraba desde ese lugar con bronca.
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Se podía pensar que todo había terminado ahí, un entredicho y punto. Pero el joven de campera argentina, llegando a Gerli, se acercó y -colgándose de los caños del techo- gritó: “Ahí tenés”, como dando una señal. Lo que pasó después fue una verdadera jungla.
Se abrieron las puertas del tren y empezaron a entrar decenas de hombres corriendo. Facas, piedras y botellas se veían por doquier. Los pocos hinchas de Cali quedaron agrupados y, en un abrir y cerrar de ojos, también empuñaron las facas. Seguían entrando personas, todas alteradas, a los gritos. Y los gritos se sumaron a la desesperación del resto de los pasajeros, que queríamos salir de ahí.
Quienes quedamos en los asientos del medio de la batalla campal no sabíamos qué hacer. Nos mirábamos aterrados, no queríamos ni movernos. Se volvió todo tan violento que apenas los hinchas se alejaron unos centímetros, empezamos a empujar para poder bajar del vagón. “Salgan, salgan que no es con ustedes. No los queremos robar”, trató de tranquilizarnos uno de los “atacantes”.
Abajo del tren, la escena no era mucho mejor. Los que habían quedado en el andén comenzaron a juntar piedras. Nadie sabía si volver a ingresar en la formación o si resguardarse en algunos de los descansos que hay en el medio de la plataforma. Me quedé pegada a una pared, intentando entender qué es lo que pasaba y una chica se acercó, también asustada. Una mirada cómplice y, a la par, gritamos: “¡Vamos para el fondo!”.
Corrimos hasta meternos en uno de los últimos vagones porque la pelea empezó a trasladarse abajo del tren. Atrás venía una mujer con un bebé en brazos, que tenía miedo de que le hicieran algo. “¡Cierren la puerta! ¿No ven que hay un bebé?”, se escuchaba, mientras la pelea se acercaba nuevamente. Un par de gritos más que imploraron por el cierre de las puertas surtieron efecto.
El servicio se reanudó y el tren comenzó a dejar atrás un paisaje horrible: todavía había gente corriendo por la otra vía. Otros parecían irse de la estación. Adentro, todo un ambiente caldeado. “¿Sabés que todo esto es por fútbol?”, comentó al aire un joven, y agregó: “Sí, son los de Deportivo Cali que le robaron una bandera a la barra de Racing y fueron a apretarlos. Sí, fue eso”. Ahí empezó a cerrar la historia.
Durante el resto del viaje intentamos bajar las revoluciones. Lo que había pasado hacía segundos parecía digno de una película, de las más violentas. Martina, la chica que corrió conmigo, empezó a leer para no pensar en todo el episodio. Otro pasajero mandó un audio advirtiendo a alguien para que no se bajara en Gerli, que mejor se quedara en Lanús porque la barra de Racing les había hecho una emboscada a los hinchas colombianos.
Llegamos a Constitución y salimos caminando con Martina, tratando de consolarnos entre las dos por el horrible momento. Pasamos por el tercer vagón y vimos el resultado de la riña: vidrios rotos, una zapatilla tirada, sangre en el piso y dos heridos.
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Quienes se subieron de prepo a increpar a la barra de Deportivo Cali pertenecían a la Guardia Imperial, que los venían amenazando de muerte. El miércoles pasado, un grupo de colombianos fue al Cilindro de Avellaneda y robó uno de los “trapos” del grupo de Burzaco. Al día siguiente, se burlaron a través de las redes sociales y la provocación fue tal, que la barra de Racing se puso en campaña para “cazarlos”.
Esos 10 minutos de terror en el Roca fueron parte de ese operativo de “caza”, una emboscada de la que con un grupo de personas fuimos indefensos testigos.