¿De verdad creemos? La fascinación por el impacto modifica las perspectivas y singulariza el éxito. Creemos que los dos goleadores seriales que esta semana pasaron por España para sembrar el caos de norte a sur, son los únicos culpables de nuestras desgracias actuales y marcarán la pauta en los próximos años. Fueron ellos, pero también el PSG y el Borussia Dortmund como equipos, los que dejaron el ambiente lleno de preguntas inquietantes: ¿de verdad los grandes de España quieren una Superliga europea? Y de preguntas preocupantes: ¿de verdad creemos que LaLiga es el mejor campeonato del mundo? Y de preguntas desafiantes: ¿de verdad creemos que el poder competitivo se resuelve solamente comprando un crack mundial? Y de preguntas insensatas: ¿de verdad creemos que las potencias felinas de Mbappé y Haaland, que hicieron detonar sus voraces talentos en Barcelona y Sevilla, van a hacer del fútbol una cuestión puramente física?
// Neymar y las bajas pasiones
Jugadores antes que deportistas. Claro que fue deslumbrante ver cómo dos purasangres se enseñoreaban en el Nou Camp y en el Sanchez Pizjuán con actuaciones memorables. Pero para dar exhibiciones de ese nivel no basta con ser una fuerza de la naturaleza, sino que hay que sintonizar esa potencia descomunal con una coordinación de bailarín; hay que acompasar esa velocidad imparable con una técnica de artesano para entenderse con la pelota; y hay que medir los tiempos para invadir espacios con la puntualidad de un reloj suizo. En definitiva, hay que ser un jugador de fútbol con mayúsculas. Pretender explicar el fútbol en su totalidad poniéndole acento a lo físico es una memez. Este juego está lleno de argucias desequilibrantes: la velocidad, claro, pero también el freno, el amague, el engaño, la habilidad, la astucia… Todas herramientas con las que cuenta la inteligencia para crear y solucionar problemas.
Deformación. El fútbol renueva su atractivo con nuevos talentos que agregar a la historia. Ya Di Stéfano marcó su época dejando una sensación de poderío. Su influencia se explicaba desde una visión física y hasta geográfica: “Salva un gol en su portería y en la siguiente jugada marca un gol en la portería contraria”. Pero en otra edad geológica, Maradona y Messi deslumbraron (y deslumbran) con su magia sin levantar más de 1,70. Di Stéfano fue un monstruo, no solo porque corría, sino porque sembraba de fútbol todo el campo. Y Maradona y Messi gobernaron sus tiempos subidos en una pelota, pero con físicos que sin ser portentosos estaban hechos para este juego. Las presencias imponentes de Mbappé y Haaland fortalecerán una confusión que viene de lejos: creer que el talento se mide y se pesa. Como en infantiles un grande malo se impone ante un pequeño bueno, el entrenador, que se cree Mourinho y desea ganar, pone de titular al grande en detrimento del bueno. Le llaman formación, pero es deformación.
Disfrutemos sin confundirnos. Una semana dolorosa para LaLiga, pero fabulosa para el fútbol, que sigue mostrando su poder de seducción y renovando ilusiones con la fuerza y la gracia futbolística de dos jugadores que llegaron a España para examinarse y se fueron consagrados. Pero no nos engañemos. A la misma hora que Haaland apretaba el acelerador en Sevilla sin respetar ningún límite de velocidad y con una determinación de iluminado, el City pasaba por encima del Everton con su fútbol pulcro y paciente para seguir batiendo récords en la Premier. Este juego de contrastes habla de la rica complejidad del fútbol, que te permite llegar a la excelencia de mil formas distintas. Limitarlo a una expresión física no solo es una idiotez, sino que es una falta de respeto al talento descomunal de estos jóvenes brillantes que, porque llegan arrollando, traen consigo una confusión muy peligrosa.
© JORGE VALDANO / EDICIONES EL PAÍS S.L., 2019. El autor fue campeón del mundo con la Selección argentina de fútbol en 1986.