A José Luis “Garrafa” Sánchez no lo encandilaron las luces de las marquesinas de los equipos grandes del fútbol argentino, prefirió vivirlo desde un costado más amateur, en el ascenso, y desde esa convicción hasta se dio el lujo de bailar a la selección argentina en un amistoso con El Porvenir, antes del Mundial Francia ’98.
El fútbol no fue su única pasión, también lo cautivaba la velocidad y a bordo de dos ruedas lo encontró la muerte en una caída con su moto, el 8 enero de 2006. Así se apagó la vida del “jugador que elegimos para querer” como lo definió Alejandro Dolina.
El parte oficial de ese fatídico día informó con frialdad: “El futbolista José Luis Sánchez, de Deportivo Laferrere, falleció hoy en la clínica Mariano Moreno, en el oeste del Gran Buenos Aires. Estaba afectado por un cuadro de muerte cerebral irreversible”.
Dos días antes de su fallecimiento, el 6 de enero, mientras sus compañeros de Laferrere dormían la siesta tras un exigente entrenamiento de pretemporada en Ezeiza, “Garrafa” salió con su moto a disfrutar la adrenalina que le generaba la velocidad y al intentar un “Wheelie” (levantar la rueda delantera y hacer equilibrio sobre la trasera) protagonizó una caída fatal.
José Luis Sánchez había nacido el 26 de mayo de 1974 en Laferrere, en el seno de una familia “laburante”. Su padre trabajaba en un reparto de garrafas de gas comprimido y heredó el mote luego de ayudarlo en distintas etapas de su carrera de futbolista.
José Luis hizo las inferiores en Laferrere, el club de barrio en el que despertó su talento sobre calles de tierra, baldíos con pasto crecido y botellas rotas. Todo un símbolo de potrero.
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Su debut en primera fue el 26 de noviembre de 1993, a los 19 años, en una inédita posición que le asignó el técnico de ese momento, José Argerich. “Garrafa” debutó de 3, pero igualmente se las ingenió para subir por su andarivel y burlar la férrea marca del rival de toda la vida de “Lafe”, Almirante Brown de Isidro Casanova.
Su atracción por la velocidad lo privó de la oportunidad de su vida en el fútbol en 1996. Después de sobresalir en un amistoso con Boca, los dirigentes y el cuerpo técnico se interesaron en él. Sin embargo, Carlos Bilardo lo vio andar en moto por la autopista y dio de baja su posible contratación para el Xeneize.
Un año después fue transferido a El Porvenir y junto a compañeros como Adrián González, Miguel Coronel y el “Yagui” Rubén Forestello logró el ascenso a la B Nacional con la dirección técnica del exárbitro Ricardo Calabria. “Garrafa” fue figura excluyente de la institución de Gerli.
El 13 de febrero de 1998 se programó un amistoso entre el seleccionado argentino que conducía Daniel Passarella, y El Porvenir, como paso previo al Mundial de Francia. Ese día “El Porve” le ganó 3 a 1 con un baile memorable de “Garrafa”, que hizo un gol y dio dos asistencias.
“¿Quién carajo es ese pelado?”, bramó el temperamental Diego Simeone ante la soberbia demostración fútbol y habilidad del mediocampista.
A su salida de El Porvenir, “Garrafa” probó suerte en Bella Vista de Uruguay, pero a principios de 2000, a días del debut en la Copa Libertadores, rescindió contrato y volvió al país para estar cerca de su padre enfermo que falleció ese mismo año.
Después de seis meses de inactividad, recibió un llamado de Banfield, club que lo adoptó como ídolo eterno. Con “El Taladro” escribió otras de las páginas más importantes de su carrera, al ser figura del equipo dirigido por Mané Ponce que ascendió a primera división en el 2001.
Fue tal la idolatría que se ganó en Banfield, que hoy cuenta con una estatua en el club y un documental llamado El Garrafa, una película de fútbol.
Diego Monarriz, hoy entrenador de la reserva de San Lorenzo, compañero de Sánchez en El Porvenir 97-99, recordó en diálogo con Télam que Garrafa fue un “loco lindo y un crack”.
“Nunca dejó de ser un niño Garrafa, un loquito como yo le decía, pero con un gran corazón, que fingía no conocer a los rivales y sabía todo, que ni pinta de jugador tenía, pero agarraba la pelota y te pintaba la cara, y te hacía ganar un partido con una genialidad. Siempre fue nuestra salvación dentro de la cancha porque se la dábamos cuando estábamos apretados y él resolvía con un simple juego de cintura”, señaló Monarriz.
“Garrafa competía en todo después de los entrenamientos: en quién tiraba una piedra más lejos, o te jugaba por plata a patear penales y nos ganaba caminando. Era un tipo tímido, vergonzoso, y muy ubicado porque siempre se cuidó. No tomaba alcohol, ni fumaba, dormía la siesta y era guapo en la cancha, no se achicaba con las patadas. Era puro potrero”, definió.
La despedida de “Garrafa” Sánchez fue sobre el verde césped de la cancha de Laferrere, con el féretro cubierto por la número 10 que lució orgullosamente y le valió el merecido reconocimiento por lo que fue: un verdadero, auténtico y entrañable crack.