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    “Crac”, el nuevo thriller emocional de Josefina Licitra sobre un padre ausente y una hija que quiere entender

    Se trata del primer libro testimonial de la periodista, cronista y guionista, editado por Seix Barral. A esta altura, es, sin dudas, uno de los grandes libros del año.

    Matías Bauso
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    Matías Bauso

    11 de julio 2025, 06:00hs
    Josefina Licitra (Foto: EFE/ Antonio Lacerda)
    “Crac”, el primer libro testimonial de la gran cronista Josefina Licitra. (Foto: EFE/ Antonio Lacerda)
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    La premisa del libro, su argumento, está contado en la primera página y media. Josefina Licitra se fractura un pie haciendo danza y mientras regresa dolorida a su casa, su abuela la llama y le comunica con urgencia, y cierto pesar, como si se tratara de una noticia de riesgo, que el padre de la narradora va a venir al país por unos días.

    El padre de Licitra vive en España desde 1978 y desde hace muchos años no ve ni le habla a su hija. Después de muchos desencuentros, el detonante del silencio definitivo fue una nota que Josefina escribió en una revista brasileña narrando esa distancia (tratando de entenderla) que lo separa del padre. El hombre le escribió un mail -rompiendo su habitual mutismo- diciéndole que el artículo había sido un misil debajo de la línea de flotación que dinamitaba lo que quedaba de la relación (sin tener en cuenta los años que no veía ni hablaba con su hija). Josefina quedó paralizada luego de ese correo. No pudo volver a escribir por mucho tiempo. La sanción paterna fue secarla, dejarla sin su principal canal de expresión. Este libro es su exorcismo, un descarnado rescate de su oficio, de su don. De su voz.

    El nuevo libro de Josefina Licitra, "Crac", publicado por Seix Barral. (Foto: gentileza Seix Barral)
    El nuevo libro de Josefina Licitra, "Crac", publicado por Seix Barral. (Foto: gentileza Seix Barral)

    Crac, recientemente editado por Seix Barral, es un libro que se lee con voracidad, un thriller emocional, del corazón, que parece mucho más breve de lo que en realidad es. A esta altura, es, sin dudas, uno de los grandes libros del año.

    Es la primera vez que Licitra escribe una memoir (autoficción o literatura del yo como se lo llama ahora). Es de los cronistas argentinos más prestigiosos y posiblemente la más talentosa. Escribió grandes libros como Los Imprudentes, El Agua Mala, Los Otros y 38 Estrellas. Entre sus colegas es la que hace un uso más pudoroso del yo, aparece en sus textos periodísticos solo cuando es imprescindible. En sus libros siempre manda la historia y no el ego.

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    A pesar de eso, el tema del padre, en sordina, ingresaba en su obra anterior. Licitra cuenta que eligió narrar la tragedia de Epecuén (el extraordinario El Agua Mala) el día que descubrió que los habitantes evacuaron el pueblo casi sin aviso previo y debieron elegir en unos pocos minutos qué cosas salvar, qué llevarse. Es el dilema de qué se llevaría alguien a una isla desierta pero retorcido. Eso es lo que tuvo que hacer su padre antes de abandonar súbitamente el país. Llevarse casi nada de lo que tenía, de lo que había construido.

    Otra novedad dentro de la obra de Josefina es cómo en Crac acude a fragmentos escritos por otros autores o citas de autoridad para que salgan en su auxilio. Por lo general, en sus textos no abunda el name dropping, ni la cita firmada por un gran nombre de las letras revoleada al aire. Acá hay varios. Podía haber buceado en ese género cada vez más extenso que es el de la literatura que los hijos escriben tratando de entender a sus padres. Richard Ford, que también incurrió en el asunto, en una frase resumió lo inútil de la empresa: “La comprensión incompleta de las vidas de nuestros padres no es algo que les afecte a ellos. Nos afecta solo a nosotros”. Licitra les pide ayuda, busca apoyo y los usa de muleta, ya que tiene el pie roto, en libros de otro tipo, en esos que hablan, que piensan el oficio de escribir (desde Duras, Bukowski, Betina González, Santiago Loza y Sylvia Plath, pasando por Carrere, Morabito y Maríana Eva Pérez y hasta llegar a sus dos maestros, los Luises: Gusmán y Gruss).

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    El dramaturgo David Mamet suele decir que escribir es mejor que pensar. Quiere decir que muchos no sabemos bien qué pensamos y/o sentimos sobre algo hasta no haber escrito sobre ello -me pasa con Crac al que en este momento mientras escribo sobre él le encuentro nuevas aristas-. Licitra escribe este libro por necesidad, para poder entender lo que pasa; en realidad, lo que no pasa. Este texto surge casi desde una pulsión, es ineludible. No eligió escribirlo, se le impuso. “Se escribe sobre lo que no se puede no escribir. Se escribe lo inevitable. Se escribe como quien chupa el veneno del brazo y lo escupe al piso”, dice.

    Tuvo, además, otro efecto. Fue el conjuro que rompió el hechizo del veto impuesto por el padre, el que la sacó de las arenas movedizas -detenida, pero hundiéndose imperceptiblemente cada vez más- en la que la había sumido esa especie de veda paterna.

    La periodista, escritora y guionista Josefina Licitra durante una entrevista en Río de Janeiro, donde habló de la crisis que vive el oficio del cronista y de la necesidad de los profesionales a migrar al mundo audiovisual para subsistir. (Foto: EFE/ Antonio Lacerda)
    La periodista, escritora y guionista Josefina Licitra durante una entrevista en Río de Janeiro, donde habló de la crisis que vive el oficio del cronista y de la necesidad de los profesionales a migrar al mundo audiovisual para subsistir. (Foto: EFE/ Antonio Lacerda)

    La arquitectura es inteligente y eficaz para la historia. Está estructurado alrededor de los días que el padre pasa en la Argentina en esa visita breve. Dentro de cada jornada de espera, de ansiedad, de dolor, Licitra va hacia atrás en la relación con flashbacks que muestran el funcionamiento familiar, a los diferentes integrantes de la familia y sus encuentros anteriores con el padre en España, en Montevideo o postales. Los (muchos) desencuentros con el padre, los hechos anecdóticos que provocaron la mayoría de los alejamientos del padre están retaceados para no caer en lo escatológico ni en la repartija de responsabilidades.

    Esa estructura permite que se mantenga la tensión narrativa y que hasta el final no se resuelva la intriga de si el reencuentro se produce o no.

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    La venganza o el ajuste de cuentas es otro género nutrido de la no ficción, de la literatura testimonial. Utilizar la escritura para cobrarse viejas deudas es algo que muchos han hecho con maestría. Pero nada de esto pasa acá. El libro no se traviste en un Charles Bronson ilustrado, no busca desquite. Licitra no reparte imputaciones ni se queja amargamente. Trata de entender, de desmalezar los malentendidos. El libro es, principalmente, una descarnada pero esperanzada carta de amor. Clama, con ternura, por un acercamiento, por un reencuentro. Es un puente para recomponer la relación.

    Si bien cualquier libro es un mensaje en una botella tirada al mar, Crac es uno de los que mejor concreta, lleva a la realidad, esa imagen.

    Licitra sabe (y hasta lo responsabiliza) que hay un factor que complica todo: la distancia. Esa distancia que opera de maneras misteriosas, que impide el ejercicio cotidiano del reencuentro, que impide el contacto físico, que distorsiona percepciones, que convierte en fetiches inalcanzables a las personas, que las transforma en imágenes platónicas, que hace que no siempre la gente se dé cuenta que el pasado es un país extranjero en el que las cosas se hacen de manera muy diferente (tal como decía J.B. Priestley).

    Al principio de la historia la madre de la narradora está de viaje y no puede estar a su lado. Ese fuera de campo funciona muy bien porque profundiza el desamparo de esta mujer de casi 50 años y muy exitosa profesionalmente. Luego, en un capítulo hay una larga enumeración, un decálogo de escenas y logros de la madre que narrativamente se puede pensar que es el único punto flojo del libro. Pero aunque innecesario desde el punto de vista literario, es imprescindible para la autora mostrar (y agradecer) a esa madre que pudo hacer dos carreras universitarias, vida social, construir relaciones amorosas y criar con esfuerzo e incondicionalidad una hija.

    Algo que muestra entrelíneas y que suele soslayarse o no hablarse de manera explícita en estos tiempos sensibles y de hipercorrección política es la relación entre padres e hijos. Por supuesto que hay muchas excepciones (y que también alguna mala madre o desaprensiva se puede encontrar por allí) y que los padres varones hoy asumen tareas que antes esquivaban o que les eran dispensadas. Pero también es cierto que son muchos los que no ejercen la paternidad al mismo nivel de intensidad y presencia de las madres y que distanciados del día a día se convierten, en el mejor de los casos, en amigos o compañeros de ciertos programas y no mucho más o, peor aún, en extraños.

    Licitra cuenta que cuando publicó en Orsai el artículo sobre su padre que provocaría el último alejamiento (iba a escribir “final” pero no es la palabra adecuada para los que confiamos en la literatura) su casilla de mail se inundó de mujeres contando cómo fueron abandonadas por sus padres. Para muchos parecería que la paternidad es un músculo que debe ejercitarse cotidianamente porque de otro modo se atrofia.

    El padre del libro se exilió ya avanzada la dictadura y nunca volvió a instalarse en el país. No se flexibilizó ideológicamente. Juzga con dureza y sigue con fervor religioso a los líderes que parecen encarnar sus ideas aun cuando se contradigan flagrantemente. La mirada benevolente la reserva para esos políticos y aplica un rigor impiadoso con sus seres queridos, sin posibilidad de perdonar o pasar de página. Tal vez no sea un hombre sin amor, sino uno con una rigidez patológica y anacrónica, alguien encallado en su derrota.

    En esa espera de una semana se suceden momentos del pasado que reconstruyen la historia familiar. Algunas de las escenas son extraordinarias: el encuentro padre e hija al pie de la cama del abuelo moribundo, la tensión alrededor de dos pequeños chocolates para tres comensales, la construcción de una abuela que en las primeras páginas parece una abuelita entrañable y que luego descubrimos firme, el diálogo con amigas que también tuvieron problemas con sus padres entre muchas otras.

    Un célebre maestro de escritura y editor norteamericano les decía a sus alumnos y autores que debían arrancarse al corazón y ponerlo en la página. Josefina Licitra hizo eso y fue más allá: lo puso en la página y lo lanzó -lo ofrendó- a las manos de su padre.

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