La muerte de Sebastião Salgado, a los 81 años, ensombrece al mundo de las artes, la fotografía y el medio ambiente. Considerado uno de los más grandes fotógrafos del mundo, premiado por algunas de las imágenes más icónicas de nuestro tiempo, el artista nacido en Minas Gerais, que vivió gran parte de su vida en París, creó una obra transformadora y única.
Su uso particular del tiempo fue el arma secreta de su mirada. A contramano de muchos de sus colegas, Salgado se instalaba durante largas temporadas en el lugar del que iba a obtener imágenes, conociendo a su gente y compartiendo sus formas de vida.
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Trabajadores de las minas, migrantes, indígenas de la Amazonia, habitantes del desierto del Sahara o el mismo planeta Tierra en sus áreas todavía vírgenes, desprovistas de huellas humanas, fueron algunos de sus objetos. El Genesis que se recoge en uno de sus libros más célebres, suerte de legado del fotógrafo sobre la belleza sobrecogedora del mundo que habitamos. Además de Éxodos, Terra o Trabalhadores. También en la película de Wim Wenders La sal de la tierra, de 2014, que codirigió uno de sus hijos, Juliano Ribeiro Salgado.

Junto a su esposa Leila Wanick fundaron una agencia propia, Amazonas Images y el Instituto Terra, que recuperó cientos de especies de árboles nativos. La iniciativa surgió a partir del regreso del matrimonio a Minas Gerais y su decisión de devolver un campo heredado, con los suelos erosionados por la deforestación, a su estado natural.
“Me siento profundamente triste con el fallecimiento de Sebastiao Salgado, ocurrido en la mañana de este viernes -escribió el presidente Lula da Silva en su cuenta de X-. Su inconformismo con la desigualdad del mundo, y su talento obstinado para retratar la realidad de los oprimidos sirvió, siempre, como un alerta para la conciencia de toda la humanidad. Salgado no usaba solo sus ojos y su máquina para retratar a las personas: usaba también la plenitud de su alma y su corazón. Por eso, su obra continuará siendo un clamor por la solidaridad. Y un recordatorio de que somos todos iguales en nuestra diversidad”.
Alguna vez criticado por su capacidad para extraer belleza de las situaciones más terribles de la humanidad, Salgado fue un maestro de una fotografía sociodocumental de alto vuelo artístico. Embajador de Buena Voluntad de Unicef, recibió el premio Príncipe de Asturias, la Medalla de Oro de la Real Sociedad Británica, y en distintas ocasiones el World Press Photo.

“Sebastião fue mucho más que uno de los grandes fotógrafos de nuestro tiempo -dice el comunicado de su muerte del Instituto Terra-. Al lado de su compañera de vida, Leila Deluiz Wanick Salgado, sembró esperanza donde había devastación e hizo florecer la idea de que la restauración ambiental es también un gesto profundo de amor por la humanidad. Su lente reveló el mundo y sus contradicciones; su vida, el poder de la acción transformadora”.