La actividad agropecuaria se relaciona mucho con la tradición y el legado familiar. Aquella enseñanza que pasó de un abuelo a sus hijos y así sucesivamente. Pero el caso del productor porcino Martín Irigoyen es distinto.
Su padre, Horacio, es sociólogo y su madre, Silvina, es asistente social. Mientras que él y otro hermano, Pedro, son licenciados en ciencias de la comunicación. Un tercer hermano, Juan, es sociólogo y director de cine, y el cuarto, Francisco, se desempeña como abogado y es con quien hoy lleva adelante la empresa familiar.
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Martín y Francisco decidieron invertir en campos, pero como reserva de valor. Compraron y pusieron en alquiler la tierra. Hoy, 20 años después, producen granos, que convierten en carne de cerdo, que luego faenan y venden en los mostradores de sus propias carnicerías. Un camino de 360 grados en el que han mejorado mucho a partir de la eficiencia, pero también saben que les queda mucho por recorrer.
Martín desembarcó en el negocio agropecuario recién en 2006. Recibido de comunicador social en los ‘90, empezó a trabajar en una empresa de telecomunicaciones, pero se dio cuenta que no era lo que más le gustaba. Entonces, cuando a principios de los 2000 se quedó sin trabajo, decidió unirse a 2 de sus hermanos que ya habían empezado el derrotero rural.
“En ese momento, el campo estaba barato en dólares, no daba renta tenerlo, pero sí servía como reserva de valor. Después, mis hermanos lo empezaron a producir y yo entré más tarde”, repasó Irigoyen, quien actualmente es director de LH SRL.
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“Me gustan y soy bueno con los números. Por eso, me ofrecí ayudarlos más que nada en esa parte, yo no sabía nada de campo”, recordó Irigoyen.
Sobre eso, agregó: “Empecé a controlar la siembra, la compra de insumos, costos, me fui metiendo de a poco, en el transcurso de eso me vinculé con los grupos CREA (Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola), que fue lo mejor que me pudo haber pasado. Soy perfeccionista y me gustaba lo que hacían en CREA, me vinculé con el Grupo Gualeguaychú y aprendí mucho”.
El corazón de la empresa está en Gualeguaychú. De hecho, las dos carnicerías están allí (abrieron en 2017), una en pleno centro y otra en las afueras. Los campos están en Talita (60 km al norte) y Pehuajó Sud (35 km al oeste).
En la venta al público, tratan de vender cortes equivalentes a los bovinos, como nalga, cuadrada, asado... O hacen milanesas y hamburguesas. Tienen buena aceptación.
Los campos son típicamente ganaderos, pero en los que hoy hacen agricultura. Los Irigoyen producen granos pensando en los cerdos: básicamente soja (que se canjea por harina o expeller) y maíz, pero también, en algún momento en particular han sembrado trigo (para reemplazar al maíz), sorgo y arveja.
Cerdos, el camino elegido para agregar valor y que alcance para toda la familia
Empezaron con agricultura, después buscaron sumar valor con un feedlot y terminaron con una granja porcina. “Cuando tomamos la decisión de los cerdos, teníamos 400 hectáreas (hoy 550) y con eso no podíamos vivir todos, porque empezás a tener problemas de escala y el número no da. Por eso, empezamos a ver cómo podíamos agregar valor”, relató.
“El feedlot fue la primera opción y lo hicimos un tiempo. Es un negocio muy dependiente del precio del ternero y como nosotros no producíamos terneros estábamos muy condicionados”, explicó el director de LH.
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También evaluaron dedicarse a la crianza de pollos, una actividad muy difundida en Entre Ríos, pero Irigoyen contó que “pocas empresas manejan casi todo el negocio y es difícil”.
Así, llegaron a los cerdos. “Una actividad no muy difundida en la zona, que no está concentrada y tiene buenos números de conversión. Nos pasamos dos años conociendo gente y visitando granjas hasta que nos decidimos a arrancar”, contó Irigoyen.
Las claves del negocio
Hoy el foco está puesto en la producción de granos y cerdos. Dejaron la ganadería bovina y las cosechadoras que tenían. El 70% del maíz que consumen los cerdos de la granja es propio. “El resto lo compramos y lo guardamos para cuando falta”, contó el productor en diálogo con Clarín.
En este contexto, tener el alimento propio da estabilidad y si hay que salir a buscar afuera siempre está el ojo de un nutricionista, que arma las dietas para no perder eficiencia.
“La clave del negocio pasa por ser muy prolijo en la parte productiva. La granja de cerdos es un lugar donde todo se mide o debería medir y contabilizar, porque en la medida en que tenés claros los datos productivos de tu granja podés saber dónde apuntar para mejorar. Todo se tiene que registrar, una parte es tener la información, la otra traducirla para tomar las decisiones adecuadas”, resumió Irigoyen.
En ese camino, el personal es un aspecto fundamental, porque con los registros comienza toda la cadena. “Tenemos alrededor de 50 empleados entre todos los eslabones del negocio, gente con ganas de trabajar encontrás, lo que pasa que muchos no saben lo que significa trabajar en equipo y falta capacitación, por eso tenés mucha rotación”, lamentó.
“Cuanto más automatizada esté una granja mejor es, redunda en beneficios para los dueños, para el personal y para los animales. Estoy convencido de que cualquier dinero que uno tenga, si todavía no automatizó algunos pasos clave tiene que hacerlo”, recomendó Irigoyen.
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Otro de los pilares, explicó, es la nutrición. Tanto porque debe ser buena y eficiente, como porque es fundamental para la rentabilidad final del negocio.
“Nosotros hace más de un año que hacemos nuestra propia comida y eso fue un cambio muy importante a nivel costos y producción. Tiene riesgos y hay que ser muy profesional. Pero, por ejemplo, en la parte de núcleos hoy nos sale la mitad que antes, es mucha diferencia”, compartió Irigoyen.
Demás está decir que en cualquier producción en la que haya tanta concentración de animales la sanidad es fundamental. Pero haciendo un seguimiento y estableciendo los planes correctos todo va bien.
En cuanto a la genética, multiplican las propias madres. Es una granja cerrada en la que no entra ningún animal de afuera. “La nutrición, el manejo y las instalaciones son importantes para que esa genética se exprese”, indicó.
El ciclo está armado de la siguiente manera: las futuras madres se seleccionan a los 150 días, según un estándar ya preestablecido. Y se ponen en un lugar para detectarles celos. Ahí están hasta los 220 días o 140 kilos.
Después se inseminan y a los 114 días paren y van a un galpón de maternidad donde nacen los lechones, que están 3 semanas con su madre hasta que se destetan con 5, 6 o 7 kilos.
El promedio de destete es de 12 lechones por madre. De ahí van a un galpón de recría donde están 7 semanas y van a los engordes a los 70 días con 30 kilos, donde están 100 jornadas en los que tienen que llegar a 110 kilos para ir a faena.
“El peso de faena está determinado por espacio y la rotación que hacemos. No tenemos lugar para subir el peso, aunque bien podríamos llevarlos hasta los 125 kilos, dado que la conversión de alimento en carne sigue siendo buena hasta ese peso”, explicó Irigoyen.
El presente de la actividad
“Hoy el negocio está bien”, aseveró Irigoyen. Al respecto, explicó: “Cuando ganó Cambiemos en 2015, la evaluación que hicimos no fue buena, porque la idea era que no se iba a privilegiar el mercado interno y cuando se abren las importaciones sin condiciones, a nosotros, que vivimos del mercado interno, nos complica”.
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“Si las importaciones están abiertas que sea en condiciones igualitarias, es decir, si acá no se pueden usar hormonas que sea igual para lo que se importa, no tenemos miedo a la competencia, pero en igualdad de oportunidades”, argumentó Irigoyen.
Sobre eso, agregó: “No podés comparar con un país que tiene otra inflación, otras posibilidades de crédito, granjas a las que llegás por caminos asfaltados, etcétera”.
Por lo expuesto, para el productor, el cerdo que viene importado, tanto de Brasil como de Estados Unidos, y algunos países de Europa, constituye “una competencia desleal”.
“El precio estuvo quedado a principios de año, y el de los insumos principales estuvo alto al principio. Ahora está quieto. Sabemos que esto es un negocio cíclico, donde a veces tenés más margen, otras menos, y hay que ir administrando. Ahora viene fluyendo bastante bien”, añadió.
En el número final, comentó, tienen mucho que ver los índices productivos de las granjas, porque el impacto del costo base cambia mucho si se producen 100 kilos más por madre o 100 menos. Si aumenta la producción, ese costo fijo se puede absorber de otra manera. En este sentido es que, para Irigoyen, “ser eficientes es fundamental”.
“Trabajamos mucho para poder mejorar, hemos mejorado los últimos años y todavía nos quedan cosas para hacer mejor”, expuso.
Mayor financiamiento, uno de los principales desafíos
Actualmente tienen 550 madres, pero están agrandando la granja con el objetivo de tener lugar para 700.
“Estamos en obra, todo con capital propio, sin créditos porque no hay financiamiento adecuado para estas cosas, asique vamos de a poco. La idea es llegar a 2023 con 150 madres más y ahí frenar, porque el siguiente paso sería ir a 1300 madres y es mucha plata para hacerlo en las condiciones actuales del país”, contó Irigoyen.
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“Hay muchas cosas que me gustaría hacer, como el tratamiento de efluentes, o producir bioenergía y biofertilizantes. Pero no puedo, porque todo eso, por restricciones crediticias, financieras o macroeconómicas, hoy son inversiones prohibitivas”, señaló.
En ese sentido, describió: “Me encantaría ir mejorando los números productivos de la granja, que han mejorado pero podrían ser mejores aún. Consolidar los grupos de trabajo es otro gran desafío que tiene que ver con mejores condiciones de vida de la gente, como acceso, luz e internet”.