La manifestación que este sábado realizaron productores agropecuarios en la Ciudad de Buenos Aires cumplió con las expectativas de los organizadores y superó los pronósticos tanto del Gobierno como de la mesa de enlace, que no avaló formalmente el reclamo por una sutil discrepancia sobre la fecha.
Algunos esperaban muchos más tractores, pero las 30 maquinarias de trabajo rural que llegaron hasta Plaza de Mayo y, especialmente, las efusivas muestras de apoyo en casi todas las esquinas del recorrido, con ciudadanos que enarbolaban banderas argentinas, resultaron una contundente expresión de que el reclamo ruralista tiene legitimidad en una significativa porción de la sociedad.
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En ese sentido, el Gobierno intentó encuadrar la situación en términos de intereses políticos. Claro, no debería discutirse semejante obviedad. Sí, se reclamó por la política agropecuaria. Y aunque hubo políticos de la oposición que acompañaron, los temas que se plantearon al debate público se refirieron a las decisiones del Gobierno sobre una actividad económica que aporta exportaciones, y dinamiza con empleo y dinamismo comercial en todas las provincias.
Por ello no fue casualidad que el reclamo surgiera desde el interior y no se detuviera pese a que los dirigentes nacionales, incluso los del campo, creían que no era oportuno hacerlo.
Con los hechos consumados, nadie se anima ahora a minimizar el hartazgo de esas mujeres –muchas- y varones, prácticamente anónimos, que dijeron basta de muchas maneras, como cada uno lo pudo expresar: con carteles, con declaraciones periodísticas al paso, con bocinazos o banderazos.
El eje del reclamo fue, claramente, la presión impositiva; focalizada en las retenciones y la brecha cambiaria. Solo con esos dos mecanismos, desde el Estado se capturan dos tercios de la facturación de los productores agrícolas y la mitad de lo que genera la cadena ganadera.
Por eso, lo primero que se resaltó en la proclama del campo en Plaza de Mayo fue: “Quienes vivimos de nuestra producción y trabajo tenemos algo que decir: no hemos venido hasta acá para pedir que nos den una mano, sino para que nos saquen las dos de encima”. Y agregaron: “No estamos dispuestos a seguir financiando la soga con la que nos ahorcan”. Aunque la proclama se difundió masivamente, vale la pena remarcar estos conceptos en este análisis. Porque expresa con contundencia la sensación central que comparten los reclamantes.
De todos modos, no solo fue reclamo. Es más, una lectura fina permite interpretar que la propuesta trasciende a la protesta. Ese sentido se expresó en la otra parte medular de la proclama.
No solo se remarcó que “somos los pocos y raros países con desdoblamiento cambiario y retenciones. Padecemos, además, 170 impuestos que agobian a todas las actividades productivas y terminan sumándose a los precios que paga el consumidor”, en una mirada de amplitud que busca incluir a toda la sociedad, en particular a los que más padecen la pobreza.
Por ahí pasa el mensaje definitorio: “Anímense a pensar un país con menos impuestos, gasten menos, arréglense con lo que tienen o dedíquense a otra cosa”.
Lo que queda es ver cómo el Gobierno, la mesa de enlace, la oposición y toda la Argentina procesan esta propuesta de salida a la crisis socioeconómica que sufrimos los que vivimos en este país.
Lo que plantea el campo, y los que lo apoyaron este sábado, es que la agroindustria no es un problema, no es el culpable de la inflación, sino una fuente de recursos para que todas, todos y todes vivamos mejor.
Hasta dirigentes ligados al oficialismo, como el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, o los gobernadores peronistas Omar Perotti (Santa Fe) o Juan Schiaretti (Córdoba) asumieron públicamente que este tractorazo era atendible, que el campo no tiene “renta extraordinaria” y que no tiene sentido desaprovechar las oportunidades de desarrollo federal inclusivo, con agregado de valor y empleos sustentables.
Eso es en definitiva lo que propuso la gente que se manifestó en tractor, y hasta de a pie, hasta Plaza de Mayo. Resta saber si alguna vez se articulará algún tipo de consenso para aprovechar las posibilidades que tiene la Argentina, y que el mundo sigue ofreciendo como oportunidades. Eso, en definitiva, frenaría el “tobogán socioeconómico” de las últimas décadas, y permitiría recuperar mejores niveles de calidad de vida.