Días atrás, el trabajo me llevó al norte de California para recorrer el Rubicon Trail, un legendario sendero de peñones, cornisas y altibajos que serpentea la Sierra Nevada para unir los lagos Tahoe y Loon. Otrora camino de colonos y de buscadores de oro, hoy sólo es transitado por vehículos 4x4 extremos en uno de los desafíos “off road” más exigentes del mundo.
Imagine el lector el enorme sacrificio del cronista: un par de días a bordo de un Jeep sin puertas ni techo hilvanando sendas polvorientas, al azote del sol, con la osamenta fatigada por saltos e inclinaciones... ¡y encima sin señal de celular!
Razones de sobra para tomarse un descanso una vez culminado el periplo. La brújula y las ganas apuntaban a la bella San Francisco, ahí nomás, sobre el Pacífico, pero por esas cosas terminé en Miami. Tras nueve horas de viaje, la templada sequedad californiana mutaba al agobiante calor húmedo de la península, y casi llegando ya podían verse por la ventanilla del 737-800 los “rayos y centellas” de un tormentón.
“Che Matías, acordate que te dejé el auto en el valet del Dolphin”, indicó mi Whatsapp una vez que el celu tomó señal. En colombiano con giros argentos, Carlos, el responsable de prensa de Porsche Latinoamérica, me avisaba que “mi” vehículo estaba en el estacionamiento interno del aeropuerto.
¡Excelente! Era retirar la valija y apenas cruzar, una operatoria que habré realizado por lo menos unas quince veces en viajes anteriores. Pero hice lo posible por pifiarle y terminar deambulando por el parking arrastrando los bagallos con frente, espalda y pecho empapados en un cuadro penoso.
Al llegar finalmente a la garita, y quizá por el volumen de mi equipaje, esperaba recibir las llaves de un Cayenne, un Panamera o un Macan... es decir vehículos con baúl acorde. Pero no. El amable cubano me arrimó un impresionante 718 Boxster GTS naranja. Traduciendo: la versión más deportiva de este descapotable “mid engine”, es decir con motor detrás del habitáculo (de sólo dos plazas) y por delante del eje trasero. Una exquisitez de la tecnología alemana, con un cuatro cilindros turbo de 2.5 litros y ¡365 caballos! Un auto que cualquiera soñaría manejar, y pisar a fondo para llegar a los 100 km/h en apenas 3,9 segundos.
¡Tremenda sorpresa! ¡Qué auto! ¡Grande Carlos!
Ah, sí... mmm... la valija.
En el baúl delantero -debajo del capó- no entra ni a palos. Y en el de atrás, menos que menos... de pedo cabe la mochila. Bueno, pensemos. Hemos resuelto cosas peores. Retroceder nunca, rendirse jamás.
¡Ya está!, le dije al amigo del valet parking. Inmediatamente saqué todo y lo distribuí en ambos buches.
-¿Y con la maleta qué va a hacer, amigo?, preguntó.
-Viaja conmigo...
Y así, cual tachero de las pampas, y haciendo uso de habilidades trigonométricas, la calcé en el asiento delantero, o mejor dicho en la tremenda butaca deportiva, de fina textura gamuzada, la misma que reviste el panel de a bordo y que a su vez hacía de tope. Por supuesto cuidé de no marcar ni dañar nada. No se me acuse de tal cosa.
La operatoria no fue rápida, y al cerrar la puerta ya tenía una pequeña platea de cuatro o cinco espectadores que no ocultaban su indignación y vergüenza ajena. Allá ellos, desconocen que en mi tierra no hay imposibles. Así que bajé la ventana y a modo de saludo, cual James Bond, les tiré: I’m Matías... I born in Saint Michel City, Conurban Highlands, Aryentina. ¡Besis!
Climatizador a temperatura antártica y soplando como Pampero, radio de clásicos a volumen suave y la proa hacia el Downtown, donde estaba mi hotel. Qué placer acomodarse en esa butaca, con las nalgas casi rozando el pavimento, las piernas estiradas, y el volante a la altura del pecho.
Este GTS es un deportivo de ley que –como todos los 718– ahora suena distinto, no sólo por el turbo sino por tener un cilindro menos (antes eran seis). Mantiene, eso sí, la configuración bóxer, es decir de cilindros acostados. Regulando se escucha como un Escarabajo con esteroides, al arrancar parece un Subaru tuneado y cuando la aguja roza las 7.000 rpm es casi un auto de carrera.
Ya en los primeros kilómetros se aprecian una suspensión más dura y un motor de modales impetuosos, casi temerario, con reacciones más bestiales que las del Boxster S de 300 caballos que manejé el año pasado acá también, en Miami. Hablamos del Boxster de tercera generación, que pasó a llamarse 718, al igual que su hermano con techo metálico, el Cayman.
Y ahora que pienso, ya es el quinto o sexto Boxster que manejo. El primero fue hace casi 20 años, en 1999, cuando trabajaba en la revista Parabrisas. Había ido al lanzamiento internacional de la nueva versión S, que incrementaba la cilindrada del seis cilindros de 2,7 a 3,2 litros, y la potencia de 204 a 252 CV, con el agregado de la sexta para la caja manual. Tenía apenas 23 o 24 años y recorrí descapotado buena parte de los Montes Apeninos, en Italia, a puro glamour y dejando que el viento despeinara mis frondosos cabellos negros.
Hoy de pronto me encuentro canoso, con cierta adiposidad abdominal, todo transpirado y hablándole a mi valija. Y ni amagar con abrir la capota porque llueve. O sea... “esto” es una versión decadente de aquel joven. Encima con el dólar por las nubes y la billetera flaca. Pero el entusiasmo por los fierros es el mismo y nada importa: ¡me quedan un par de días con esta bestia en Miameeeeeee!
Mañana te cuento más.