Texto: Carlos Alberto Pallocchini
Fotos: Miguel Tillous.
En 1929 comienza la acción. Un Bugatti T 35 cruza la meta sin imaginar su temerario piloto que acababa de colocar una piedra fundacional, al firmar con victoria el primer Grand Prix monegasco.
En un trazado serpenteante, con desniveles pronunciados y bordeando las azules aguas del Mediterráneo y al pie de los Alpes Marítimos, comenzaba a escribirse la historia de lo que se convertiría en el GP más emblemático de todos los tiempos. Lugares como Saint Devote, Beau Rivage, Casino o Mirabeau; la Gare, Portier, Tunel o Tabac, muy pronto se incorporaron a la memoria colectiva de los amantes del automovilismo más puro, el de los autos Grand Prix.
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Bugatti, ya lo mencionamos, fue la marca pionera en establecer dominio territorial en el principado de los Grimaldi. Alfa Romeo terció en esa lucha hasta que las poderosas flechas plateadas alemanas comenzaron con un dominio de cuatro años.
Ese período finalizó abruptamente cuando a un cabo de la policía austríaca se le ocurrió invadir Polonia. Fue el fin de la primera parte de esa historia de velocidad y glamour que, en dosis generosas, hicieron de esta pista algo único e imposible de superar.
La historia continuó
Posteriormente, en 1950, surgió el primer Campeonato Mundial de Fórmula 1, cuando las heridas de la guerra comenzaban a sanar muy lentamente. Y Mónaco fue parte de ese calendario inicial. Qué mejor lugar para que un genio de las pistas lograse su primera victoria, un tal Juan Manuel Fangio. Todo un hito, otro mojón trascendental, en este caso para quien se transformaría en rey indiscutido de una década, dominada por los constructores italianos en sus inicios, pero con los alemanes otra vez y con Fangio nada menos, reapareciendo para barrer con toda oposición.
Y qué pasaba entonces con este circuito, que recién en 1955 recuperó sin interrupciones posteriores la tradicional fecha del mes de Mayo. Ferrari anotó su primer triunfo en las calles monegascas ese mismo año, el día que Alberto Ascari cayó a las azules aguas del puerto. Tres días más tarde, y probando un auto sport en Monza, su vida se perdía para siempre. Datos y hechos, tristes pero reales.
Maserati tuvo un breve dominio de dos años, 1956 con Stirling Moss y 1957 con el gran Chueco de Balcarce. Pero se avecinaban grandes cambios, reglamentarios y de concepto. Primero, la aparición del motor trasero de la mano de los “garagistas ingleses”, como ironizaba Enzo Ferrari.
Cuando Jack Brabham ganó en Mónaco con aquel diminuto Cooper, en 1959, la revolución ya estaba planteada. Había que ir por otro camino, no más el caballo tirando al carro, llegaba la hora de los superlivianos con motor trasero, y había que adaptarse a ello.
El circuito era testigo de la aparición de “Mister Mónaco”, un tal Graham Hill que con BRM primero y Lotus después, se convirtió en señor y dueño de esas emblemáticas calles. Todo ello a pesar de la presencia de otro genio, dominador neto en el período de los motores de 1,5 lts, Jim Clark. Pero que por esas cosas de la vida, nunca pudo coronarse en el principado.
Evolución mecánica
1966 trajo un cambio radical en las motorizaciones, la cilindrada se fijó en 3 litros y la potencia se multiplicó prácticamente por dos, en un abrir y cerrar de ojos. Ya era otra Fórmula 1 con Brabham, Hulme, Stewart, Surtees, nombres que van brotando, generaciones de pilotos que se van consumiendo, reemplazados por una nueva camada que trae aire fresco.
Llegan Cevert, Fittipaldi, Lauda, Reutemann, Ronnie Peterson, Villeneuve; la lista se hace interminable. Así, y resumiendo todo de manera brutal, llegamos al dominio más prolongado de un piloto en esta pista, el de Ayrton Senna. Destronó a Graham Hill, nada menos. Y a Alain Prost, el crack francés, su archirrival.
Toda esta historia acumulada, es lo que vimos en el XIV Grand Prix de Monaco Historique, la meca de la velocidad histórica. Agrupados criteriosamente por épocas y reglamentos, estas maravillas mecánicas atraen a entusiastas de todas partes del planeta, dispuestos a disputar “su” propio Grand Prix en el circuito callejero más brutal y fascinante del planeta.